Como otros muchos caí en la
tentación de comentar el sorprendente y polémico final de “Los Serrano”. No creo haber sido muy original, a juzgar por los artículos que he ido leyendo en la blogosfera. A la mayoría nos ha parecido una conclusión inapropiada, en fondo y forma, impropia de una de las series más seguidas en el país durante ocho temporadas.
Desde luego sugerir que todo lo visto ha sido un sueño del protagonista no puede considerarse muy ingenioso. Recuerdo la chufla entre compañeros cada vez que alguien sugería este recurso en algunos proyectos en los que he trabajado; de lo que deduzco –quizás equivocadamente- que no ha sido una solución propuesta por los guionistas. Pero aun siendo un arbitrio de lo más trillado se hubiera agradecido cierta osadía en el planteamiento.
Bruce Joel Rubin apostó por una variación audaz en “La escalera de Jacob”, donde Tim Robbins empieza a verse asaltado por pesadillas y sucesos extraños que lo abocan a una explícita bajada a los infiernos. Descubre al final que los últimos 20 años de su vida son una ficción nacida en su cabeza por efecto de unas armas químicas en Vietnam y que aún está allí, en la selva de los “charlies”, herido de muerte. Su vida posterior a este momento, su familia, sus amigos, su trabajo… han sido una alucinación proyectada al futuro mientras está agonizando tras haber aniquilado a su propio batallón. Ya lo dice jugando al despiste su frase promocional: “lo más
escalofriante de las pesadillas de Jacob Singer es que no está durmiendo...”.
Confieso cierta debilidad por la paranoia crítica, así que me propongo presentar la hipótesis de que el auténtico final (doble en realidad) de los “Los Serrano”
no es que todo ha sido un sueño del protagonista, sino que éste en verdad ha muerto y ha trascendido a una dimensión espiritual (cielo, purgatorio, limbo, más allá…) personalizada, donde sus seres queridos –o la proyección de su recuerdo- le acompañan. En otras palabras: que Diego Serrano muere y “su Cielo” es una vida eterna junto a los que ama (o ha amado).
Para argumentar esta hipótesis –y las razones por las que la audiencia no la habría detectado- lo apropiado sería revisar esos últimos minutos del capítulo:
El entorno, la actitud del personaje, la puesta en escena parecen el momento previo (acaso el mismo día) al suicido de Diego Serrano, aunque sin anticiparlo en absoluto. El corte de la partitura es el mismo, desde luego.
Cuando se muestra el pasado de los personajes en el ámbito del género cómico se cuenta con la complicidad del espectador. Ahí están los
increíbles postizos de los chicos de “Friends” en su etapa de instituto que nadie cuestiona. Al fin y al cabo se trata de hacer reír. Si el viaje atrás en el tiempo se produce en dramedia o telenovela, la dirección artística y la caracterización deben esforzarse mucho más para mantener la credibilidad de los personajes. “Los Serrano” lo tiene aún más crudo por su
difícil catalogación genérica (algo frecuente en la ficción nacional).
Se ha escrito bastante sobre
lo ridículo que resulta en la escena final ver a algunos personajes intentando disimular su edad y el efecto de las hormonas en sus cuerpos. Pero si consideramos que Diego Serrano
ha muerto y ha pasado a otra dimensión (espiritual), lo lógico es que le apetezca estar en un lugar conocido y rodeado de sus seres queridos. Sus recuerdos se mezclan de tal modo que a algunos los ve tal como eran hace unos años y a otros tal como eran cuando abandonó el mundo de los vivos.
Ahora bien, si no se ha acabado de entender esta propuesta argumental es porque se han cometido otros errores de base (y no tanto de intrascendente caracterización):
La muerte invisible del protagonista
En primer lugar la secuencia climática del suicidio del protagonista se sustenta no en una estructura dramática sólida, sino en la planificación visual. El momento cumbre de la serie ha sido fagocitado por la realización para recrearse en él. Las posiciones de cámara no están al servicio de la historia o del personaje, sino de sí mismas. Movimientos continuos, grúa molona, montaje picadito… Un arsenal de recursos que contrasta con una aceleración forzada del acontecimiento dramático (la decisión del personaje es “precipitada”, y perdonen el chiste). Y también una interpretación que -esta vez- no está a la altura (perdón otra vez) del clímax argumental.
Lo grave no es dejar la historia y al protagonista en manos de la planificación, sino que –como era previsible a pesar del esfuerzo evidente- ésta se queda a medio camino, ya que nos hurta la mejor imagen de todas, la que hay que enseñar siempre:
al protagonista cayendo desde lo alto del puente. Si vas a matar al protagonista, muéstralo muriendo. No puedes birlar esta imagen a la audiencia. Cualquier otra puede. Incluso la de la desdichada Lucía, que se quedó en muerte “en off”, o accidente en audio (
qué lástima no haber visto a Belén Rueda como Brad Pitt en "¿Conoces a Joe Black?"). Pero ésta jamás. A los Coen se les puede permitir una elipsis de semejante alcance, y sólo si está legitimada por una planificación global de
la película que la justifica.
Hazlo como quieras: poéticamente o con crudeza, usa
slow motion,
chroma, stunts, muñecos, truco digital o analógico… pero España tiene que ver a Diego Serrano cayendo.
El rodaje nocturno es complicado y la presión de la fecha de entrega criminal (aunque se trate del momento crucial de la serie). No hay presupuesto para un operativo como el que la historia demanda. Tampoco hay arrestos para hacerlo así, entre otras cosas porque Resines no se tiraría por mucho que le pagasen, un especialista cuesta una fortuna y sobre todo sería imposible mantener en secreto la grabación de una secuencia que debe sorprender a todos. Recuerden el revuelo con la filtración de la muerte de Lucía la temporada anterior. No podían correr riesgos
otra vez.
La pregunta es que, sabiendo todo esto, ¿por qué decidieron que el suicidio fuese violento y tirándose desde un puente?
El Cielo o el Infierno
Diego Serrano ha muerto y “su Cielo” es seguir viviendo en el más allá con (la imagen recreada de) los suyos. Sería una versión dramedia de “Los Otros”. Resines es una especie de Nicole Kidman que prolonga su existencia más allá de la muerte, creyendo que sigue vivo e incluso sintiéndose esperanzado y feliz. Científicamente, su cerebro aloja suficientes recuerdos, imágenes, sonidos, conversaciones, olores, y percepciones de los sentidos que podrían recrear ese escenario indefinidamente. Si tuvo tanta imaginación para inventar tramas y subtramas entrelazadas durante ocho años en una cabezadita de tres horas, ¿por qué no puede guionizar su
muerte en la otra vida? (¿O debería decir su vida en la otra muerte?)
Esta lectura plantea dos problemas. Uno ético y otro religioso. El mensaje que se envía es: no sólo hay vida después de la muerte, sino que ésta es maravillosa, plena, feliz. Esto conecta con la esperanza de eternidad de los creyentes. Pero el contexto católico en el que se ubica la familia Serrano –aunque sea una experiencia más floklórica que religiosa- determina que el Paraíso está vetado a los suicidas. En coherencia Diego no puede disfrutar de un Cielo maravilloso...
El problema ético está directamente relacionado con el religioso. ¿Es quitarse la vida una forma de solucionar los problemas? ¿De verdad la vida de Diego es tan terrible e insoportable que se ve incapaz de seguir luchando por su familia y sus amigos? ¿Es la muerte una vía de escape? ¿Tiene derecho este hombre (¡el referente!) a producir en los seres que dice amar la profunda tristeza de perderle y en circunstancias tan trágicas?... ¿Es éste el legado de "Los Serrano" a la sociedad de su tiempo?
Más allá de tales preguntas, surgen las realmente importantes en lo que a la serie se refiere: ¿Por qué el protagonista se rinde (cuando, estructuralmente hablando, en el conflicto radica el germen del drama)? ¿Es convirtiéndolo en un cobarde la forma en que se honra al personaje que ha sido la piedra angular de la serie?
Sea cual sea el final que pretendieron sus artífices (si el que se deduce globalmente o esta irrelevante alternativa) lo cierto es que supone una gran decepción.