Sucede habitualmente en el mundo del deporte: se pasa de denostar a alguien a ensalzarlo en cuestión de meses o semanas. Ahí tienen a Luis Aragonés. Los mismos que alentaron la desestabilizadora campaña de “Raúl Selección” le agasajaban en sus platós tras la Eurocopa. El caso opuesto también se da: Fernando Alonso ha pasado de ser un héroe nacional al tipo más antipático de los circuitos. Y el Ronaldinho protagonista de tebeos infantiles es ahora icono recurrente en viñetas paródicas que se mofan de él.
El acoso y derribo de Laporta es sintomático. ¿A cuento de qué viene forzar su dimisión tras un plebiscito que ha superado? Se eligió el camino de la moción para derrocarle, y lo que consiguieron fue legitimarle hasta el 2010. Si, además, el presidente reconoce el voto de castigo y asegura que obrará en consecuencia ¿qué más quieren quienes desean echarle desde el propio club con la complicidad de la prensa especializada? La respuesta es obvia: el castigo, a poder ser ejemplar.
No es éste un país comedido. “El que la hace la paga”, se suele decir. Da igual que se trate de estafa inmobiliaria, cohecho o retrasos en un avión. Los perjudicados siempre exigen la pena máxima. Si has estado tirado en el aeropuerto dos días pretendes viajar gratis el resto de tu vida. Si te han dejado sin luz una semana, es “justo” no volver a pagar jamás un recibo. Si te han timado 10.000 euros quieres que te devuelvan la cantidad multiplicada por diez, o por cien…
El valor que le damos a nuestro tiempo, reputación, integridad o dolor es subjetivo y por tanto impreciso, desmedido, absurdo. Ante el agravio no nos basta con la compensación; aspiramos al desquite.
El acoso y derribo de Laporta es sintomático. ¿A cuento de qué viene forzar su dimisión tras un plebiscito que ha superado? Se eligió el camino de la moción para derrocarle, y lo que consiguieron fue legitimarle hasta el 2010. Si, además, el presidente reconoce el voto de castigo y asegura que obrará en consecuencia ¿qué más quieren quienes desean echarle desde el propio club con la complicidad de la prensa especializada? La respuesta es obvia: el castigo, a poder ser ejemplar.
No es éste un país comedido. “El que la hace la paga”, se suele decir. Da igual que se trate de estafa inmobiliaria, cohecho o retrasos en un avión. Los perjudicados siempre exigen la pena máxima. Si has estado tirado en el aeropuerto dos días pretendes viajar gratis el resto de tu vida. Si te han dejado sin luz una semana, es “justo” no volver a pagar jamás un recibo. Si te han timado 10.000 euros quieres que te devuelvan la cantidad multiplicada por diez, o por cien…
El valor que le damos a nuestro tiempo, reputación, integridad o dolor es subjetivo y por tanto impreciso, desmedido, absurdo. Ante el agravio no nos basta con la compensación; aspiramos al desquite.
No quiero imaginar qué sería de este país si la pena de muerte no hubiera sido abolida. Presumo que se solicitaría “por defecto”. Almería no es lo único que nos conecta con el Far West; también está Lynch, no el cineasta sino el precursor de la soga al cuello. Muy a menudo la reacción popular ante el crimen suele ser no tanto la justicia como la venganza. La Ley del Talión, al contrario de lo que se piensa, no incitaba a la violencia sino que pretendía acotarla. En el contexto del “ojo por ojo” una chica que corta con el novio “merece” que su novio corte con ella, no que los familiares del chico agraviado la secuestren, vejen y torturen durante meses para escarmentarla.
ilustraciones: dholl y benjamin guy - via: devianart
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