INDIANA JONES Y EL REINO DE LOS JUBILADOS DE CRISTALSí, ya la he visto. Con el tiempo uno aprende a no ilusionarse demasiado con algo para no sufrir decepciones; luego no estoy decepcionado. ¿Cuál es el problema de esta cuarta entrega de Indiana Jones? No es la mejor de la tetralogía; pero lo triste es que ni siquiera será una de las ¿5… 10? mejores películas del año (recaudación aparte).
Se ha hablado tanto -¡pero tanto!- de la edad de Harrison Ford: de que estaba demasiado mayor para el papel, de que no habría quien se lo creyese… David Koepp, el guionista que figura en los créditos (aunque de todos es sabido que el guión pasó antes por unos cuantas manos más), era consciente de esta “limitación” y ha adaptado la historia al personaje, a sus años y a las cicatrices acumuladas. Tanto es así, que la película está trufada de referencias sobre el particular, casi todas en sentido auto paródico. Harrison Ford hace lo que puede. Tampoco era él sino un doble el que hacía las acrobacias en las otras tres; no nos engañemos.
La pena –y no es una crítica sino un lamento- es que quienes demuestran haber envejecido son Steven Spielberg y George Lucas. Oía esta semana una entrevista al productor de “Vicky Cristina Barcelona” quien reconocía que la gran sorpresa de Woody Allen es que, siendo septuagenario, conserva una mente lúcida y una maestría inusual para los diálogos. Por desgracia, el productor de la saga Indiana Jones, que ya dio muestras de senilidad en los últimos/primeros episodios de su propia criatura (Star Wars), constata aquí que ya no está el hombre para proponer renovaciones de géneros. Además ha mentido: anticipó un film de aventuras a la antigua, sin efectos digitales. Y lo peor no es el abuso que se hace en la película sino que –como él mismo anticipaba- podría haberse hecho prescindiendo de muchos de ellos.
El caso del director me aflige, porque siempre he sido un admirador de su estilo. Incapaz de emocionar, de transmitir aquella atmósfera de sus primeras películas de aventuras, de darte la sensación de que estabas viendo un espectáculo soberbio. Lo fascinante de las películas del
oscarizado Spielberg es que, cuando acababan, uno salía del cine con ganas de apostarse de nuevo en la cola para repetir la experiencia. De hecho, durante unos años, ni hacía falta volver a entrar: te quedabas en la sala y vuelta a disfrutar. Aquel Spielberg que era único explicando historias se muestra simplemente correcto en “las calaveras de cristal”. Ninguna secuencia mítica, ningún momento especial, ningún plano para enmarcar. Era obvio –por lo antes mencionado- que esta entrega iba a ser menos revoltosa, que la acción iba a disminuir; pero hay una panza importante de minutaje en la que el viejo Steven se limita a planificar conversaciones. ¿Se acuerdan de aquellos casi veinte minutos frenéticos del inicio de “el templo maldito”, o el antológico arranque de “el arca perdida” casi sin diálogos? Pues aquí al revés: frenesí dosificado y verborrea apabullante. ¿Hacía falta explicar tantas cosas y tantas veces?
La apuesta por Shia LaBeouf, como posible recambio del personaje que asuma los próximos títulos de la saga era inteligente; el resultado desolador. El chico me gusta, pero hacía tiempo que no veía a un personaje (llamado a ser importante) con tan poco carisma. Por no hablar de esa antagonista tan anodida… En cambio el personaje de Marion Ravenwood (Karen Allen) se los come a todos con patatas.
Lucas: ¿de verdad necesitabas quince años para preparar "esta" película?