The Wedding date: Save the Last Dance for Me / Michael Bublé
Con el buen tiempo llegan las tertulias de chiringuito, las ofertas en aire acondicionado y las bodas.
Enjambres de parejas con atrezzo nupcial invaden parques los fines de semana posando para el reportaje del día más feliz de su vida; o así es como se le llamaba antes de la ley del divorcio. A mí, esto de los casamientos me da muchísima pereza, además del perjuicio económico que suponen. Es lo malo de ser sociable y tener amigos: que estos acaban casándose y arruinándote literalmente cuando te invitan a celebrar con ellos su tránsito a la vida conyugal.
Quien te convida a su boda te hace una faena. Hace tiempo, después de asistir consecutivamente a tres enlaces, en casa decidimos aceptar sólo un compromiso por año. Nuestra economía familiar no puede permitirse más “invitaciones”.
Para empezar el protocolo obliga no sólo a los novios sino a sus invitados, lo que a menudo supone un gasto extra en vestuario y/o complementos. Las mujeres, además, no se libran de una completa sesión de peluquería y maquillaje. Añádase limpieza de cutis, expoliación corporal, manicura, pedicura y sesiones de UVA para garantizar bronceado envidiable, lo que dispara el gasto personal en la fiesta de otros.
Naturalmente está el regalo, porque nadie se cree eso de que “nos basta con que estéis allí, junto a nosotros”. Quien más quien menos espera que cubras, como mínimo, el descomunal dispendio que han hecho para que disfrutes de una velada que ni necesitas ni has pedido. Cuanto más despampanante es la fiesta más se resiente el bolsillo… el nuestro, claro. Si sumamos gasolina, parking, colecta, subasta, corbata, liga y tintorería no te extraña ver la mala leche con que algunos lanzan el arroz a los novios cuando salen de la ceremonia.
Confiésenlo: en estas fechas temen más al cartero que al mismísimo cobrador del frac. Las invitaciones de boda ya se equiparan a las citaciones judiciales: todo el mundo se hace el loco para que no se las entreguen. Conozco a un tipo que asegura que el mejor regalo que puede ofrecer a una pareja de novios es hacerlos desistir, convencerlos para que no se casen. Con semejante obsequio-amenaza lo de invitarle hay que pensárselo dos veces. Pues aun así hay quien se arriesga…
Enjambres de parejas con atrezzo nupcial invaden parques los fines de semana posando para el reportaje del día más feliz de su vida; o así es como se le llamaba antes de la ley del divorcio. A mí, esto de los casamientos me da muchísima pereza, además del perjuicio económico que suponen. Es lo malo de ser sociable y tener amigos: que estos acaban casándose y arruinándote literalmente cuando te invitan a celebrar con ellos su tránsito a la vida conyugal.
Quien te convida a su boda te hace una faena. Hace tiempo, después de asistir consecutivamente a tres enlaces, en casa decidimos aceptar sólo un compromiso por año. Nuestra economía familiar no puede permitirse más “invitaciones”.
Para empezar el protocolo obliga no sólo a los novios sino a sus invitados, lo que a menudo supone un gasto extra en vestuario y/o complementos. Las mujeres, además, no se libran de una completa sesión de peluquería y maquillaje. Añádase limpieza de cutis, expoliación corporal, manicura, pedicura y sesiones de UVA para garantizar bronceado envidiable, lo que dispara el gasto personal en la fiesta de otros.
Naturalmente está el regalo, porque nadie se cree eso de que “nos basta con que estéis allí, junto a nosotros”. Quien más quien menos espera que cubras, como mínimo, el descomunal dispendio que han hecho para que disfrutes de una velada que ni necesitas ni has pedido. Cuanto más despampanante es la fiesta más se resiente el bolsillo… el nuestro, claro. Si sumamos gasolina, parking, colecta, subasta, corbata, liga y tintorería no te extraña ver la mala leche con que algunos lanzan el arroz a los novios cuando salen de la ceremonia.
Confiésenlo: en estas fechas temen más al cartero que al mismísimo cobrador del frac. Las invitaciones de boda ya se equiparan a las citaciones judiciales: todo el mundo se hace el loco para que no se las entreguen. Conozco a un tipo que asegura que el mejor regalo que puede ofrecer a una pareja de novios es hacerlos desistir, convencerlos para que no se casen. Con semejante obsequio-amenaza lo de invitarle hay que pensárselo dos veces. Pues aun así hay quien se arriesga…
"Parece que alguien tenía objeciones a esa boda y no pudo callar para siempre." (Kill Bill 1)
3 perplejos apuntes:
Las invitaciones de boda son como las invitaciones a una red social. Puedes ignorar la primera, la segunda y hasta la tercera. A la cuarta ya te preguntas: ¿qué pasa aquí? Y cuando has aceptado la quinta ya es muy difícil volverse atrás.
Buena definición, pardiez :D
¿Por qué está tan mal visto decir "No"? Como opositor abolicionista de las autopistas de pago, me niego también a pagar el peaje de los casamientos.
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