Me considero afortunado, entre otras cosas, por la certeza de que mis padres quisieron que yo existiera. Planificaron mi humilde irrupción en la cotidiana historia de la Humanidad, estuvieron esperándome mientras me imaginaban y finalmente me acogieron como lo que ellos deseaban: su primogénito. Que luego yo haya cubierto o no sus expectativas es otro tema, pero que querían que naciese para complementar el amor que se tenían y ampliar su proyecto de familia es innegable.
La gente tiene hijos por amor, por ilusión o por ingenuidad. También por costumbre, por inercia o por compromiso. Y, por triste que parezca, por ignorancia, por capricho y por necesidad. Necesidad, por ejemplo, de un heredero, ya sea de títulos nobiliarios, patrimonio o simple apellido. Los problemas llegan cuando el chico resulta nacer chica (que se lo pregunten a Leonor). O necesidad de auto realizarse, como esos padres que confiesan que quieren hijos para ayudarles a llegar donde ellos no pudieron por falta de medios, visión o talento. En muchos de estos casos, su pretensión genera no pocos traumas, cuando no violencia. Recuerdo, por ejemplo, aquellas imágenes de televisión en las que un padre/entrenador la emprendía a golpes con su hija/nadadora por no superar una prueba del Mundial.
Algunos hijos llegan no porque se les quiera, sino porque se les requiere. Ahí tienen el polémico caso de la sexagenaria que se inseminó artificialmente. ¿Instinto maternal tardío o simple egoísmo? No son pocos los que creen que un embarazo puede salvar un matrimonio en crisis, que logra borrar una infidelidad o que reaviva una convivencia desencantada. Cuando sale bien, perfecto. Cuando no, ese hijo se convierte en arma arrojadiza entre cónyuges a la hora del divorcio.
Por cierto, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha negado la demanda de una mujer británica de ser madre biológica con los embriones fecundados por su antigua pareja sentimental. El tipo, que ha expresado su deseo de no ser padre… ¿lo habrá hecho, como asegura, porque el proyecto común ya no existe, o para evitar una futura demanda exigiéndole la manutención de ese hijo que ahora se le ha antojado a su ex? La duda ya inquieta.
La gente tiene hijos por amor, por ilusión o por ingenuidad. También por costumbre, por inercia o por compromiso. Y, por triste que parezca, por ignorancia, por capricho y por necesidad. Necesidad, por ejemplo, de un heredero, ya sea de títulos nobiliarios, patrimonio o simple apellido. Los problemas llegan cuando el chico resulta nacer chica (que se lo pregunten a Leonor). O necesidad de auto realizarse, como esos padres que confiesan que quieren hijos para ayudarles a llegar donde ellos no pudieron por falta de medios, visión o talento. En muchos de estos casos, su pretensión genera no pocos traumas, cuando no violencia. Recuerdo, por ejemplo, aquellas imágenes de televisión en las que un padre/entrenador la emprendía a golpes con su hija/nadadora por no superar una prueba del Mundial.
Algunos hijos llegan no porque se les quiera, sino porque se les requiere. Ahí tienen el polémico caso de la sexagenaria que se inseminó artificialmente. ¿Instinto maternal tardío o simple egoísmo? No son pocos los que creen que un embarazo puede salvar un matrimonio en crisis, que logra borrar una infidelidad o que reaviva una convivencia desencantada. Cuando sale bien, perfecto. Cuando no, ese hijo se convierte en arma arrojadiza entre cónyuges a la hora del divorcio.
Por cierto, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha negado la demanda de una mujer británica de ser madre biológica con los embriones fecundados por su antigua pareja sentimental. El tipo, que ha expresado su deseo de no ser padre… ¿lo habrá hecho, como asegura, porque el proyecto común ya no existe, o para evitar una futura demanda exigiéndole la manutención de ese hijo que ahora se le ha antojado a su ex? La duda ya inquieta.
0 perplejos apuntes:
Publicar un comentario