El número de divorcios se incrementa cada año, pero la gente sigue empeñada en casarse. A los españoles, la estadística ni nos condiciona ni nos intimida. Este es un país donde se siguen comprando décimos de lotería a destajo “por si” toca, aún se pregunta aquello del estudias o trabajas “por si” cuela y Carlos Sainz no se jubila todavía “por si” algún día vuelve a ganar.
Pero si los acontecimientos de la vida dependiesen del criterio de la Dirección General de Tráfico el matrimonio sería un triángulo blanco con borde rojo, como las indicaciones de peligro. De hecho, todo lo que envuelve a una boda proyecta mensajes subliminales sobre el error que se está cometiendo.
Para empezar el concepto “despedida de soltero” sugiere el paso a una categoría inferior. Nadie celebra una “despedida de currito” si le ascienden, ni tras un divorcio liberador se montan “despedidas de casados”. El del soltero es un adiós nostálgico, de resignación y renuncia.
Luego está la música que suele acompañar la entrada de la novia en la iglesia: la marcha nupcial, que suena como una invitación a eso: a “marcharse”, a largarse de allí antes de llegar al altar. El altar, por cierto, es un inquietante lugar que en la antigüedad estaba vinculado ¡a los sacrificios! ¿No es suficiente explícito? Y qué decir de una ceremonia que implica la participación de testigos (como en los juicios) y de padrinos (como en los duelos). La semántica, como el algodón, no engaña. Ni tampoco el atuendo. Generalmente, ellos van de negro y ellas de blanco, manifestando –acaso inconscientemente- lo distintos, lo opuestos que son los consortes. Con tan simbólica vestimenta cómo ha de extrañar que su vida marital sea después de lo más gris.
Lo que más recelo produce es que a eso del casarse se le llame “contraer matrimonio”, como si de una enfermedad contagiosa se tratara. O sea que la gente contrae matrimonio como podría contraer la malaria o el cólera. Otros sinónimos de “contraer” son constreñir, crispar y convulsionar. ¿Curiosidad lingüística o señal de alarma? El actor francés Sacha Guitry lo tuvo bien claro: “el secreto de un matrimonio feliz es perdonarse mutuamente el haberse casado”.
SOPA DE GANSO
—¿Se casaría conmigo? ¿Le dejó su marido mucho dinero? Responda primero a lo segundo.
Pero si los acontecimientos de la vida dependiesen del criterio de la Dirección General de Tráfico el matrimonio sería un triángulo blanco con borde rojo, como las indicaciones de peligro. De hecho, todo lo que envuelve a una boda proyecta mensajes subliminales sobre el error que se está cometiendo.
Para empezar el concepto “despedida de soltero” sugiere el paso a una categoría inferior. Nadie celebra una “despedida de currito” si le ascienden, ni tras un divorcio liberador se montan “despedidas de casados”. El del soltero es un adiós nostálgico, de resignación y renuncia.
Luego está la música que suele acompañar la entrada de la novia en la iglesia: la marcha nupcial, que suena como una invitación a eso: a “marcharse”, a largarse de allí antes de llegar al altar. El altar, por cierto, es un inquietante lugar que en la antigüedad estaba vinculado ¡a los sacrificios! ¿No es suficiente explícito? Y qué decir de una ceremonia que implica la participación de testigos (como en los juicios) y de padrinos (como en los duelos). La semántica, como el algodón, no engaña. Ni tampoco el atuendo. Generalmente, ellos van de negro y ellas de blanco, manifestando –acaso inconscientemente- lo distintos, lo opuestos que son los consortes. Con tan simbólica vestimenta cómo ha de extrañar que su vida marital sea después de lo más gris.
Lo que más recelo produce es que a eso del casarse se le llame “contraer matrimonio”, como si de una enfermedad contagiosa se tratara. O sea que la gente contrae matrimonio como podría contraer la malaria o el cólera. Otros sinónimos de “contraer” son constreñir, crispar y convulsionar. ¿Curiosidad lingüística o señal de alarma? El actor francés Sacha Guitry lo tuvo bien claro: “el secreto de un matrimonio feliz es perdonarse mutuamente el haberse casado”.
SOPA DE GANSO
—¿Se casaría conmigo? ¿Le dejó su marido mucho dinero? Responda primero a lo segundo.
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