5 ago 2010

La piscina


Cuando regresaron de sus cortas vacaciones se encontraron una desagradable sorpresa: la piscina estaba sucia. El agua turbia, el fondo oscuro, el aspecto verdoso. ¿Cómo era posible? Habían previsto cloro suficiente y el limpiafondos estaba programado para el mantenimiento durante su ausencia.

La clave estuvo en el calor extremo y el viento, que había arrojado al agua demasiada hojarasca y partículas; entre ellas una pequeña piedra que, al ser aspirada por el pulpo mecánico, había rajado la membrana de succión dejándola inutilizada. El limpiafondos seguía en marcha, pero no aspiraba; las altas temperaturas evaporaron demasiada agua y acabaron con el cloro en tiempo récord. El resultado: una preciosa balsa de recreo acuático convertida en la ciénaga de Shrek.

Limpiar aquello no fue fácil. No bastaba con añadir productos químicos a mansalva para disolver la suciedad y activar la filtración a toda pastilla. Los depósitos eran tan diminutos que atravesaban la arena del filtro y regresaban a la piscina enturbiando aún más el agua y convirtiendo el proceso en una pesadilla sin fin. Era preciso aspirarlos y expulsarlos por el desagüe; lo que implicaba deshacerse también de una enorme cantidad de agua mientras duraba el proceso.

Hubo que rellenar con varios hectolitros. Además de costoso, el proceso fue agotador, pero finalmente la piscina quedó impoluta.

A veces se nos ensucia la piscina de la vida de forma inesperada. Algo pequeño, aparentemente insignificante, desgarra alguna membrana importante y, aunque creemos que seguimos funcionando, algo no marcha bien. Sin apenas darnos cuenta la suciedad nos desborda.

Cuando esto ocurre, saltan las alarmas y recurrimos a la química para purificarnos; con frecuencia sin averiguar antes qué ha pasado, creyendo que nos falta cloro o que el limpiafondos debe actuar más horas al día. Como no conseguimos purgarnos y las bacterias siguen ahí miramos con detalle y entonces descubrimos la membrana dañada. Cuando es posible la sustituimos, pero aún queda la parte más difícil: para sacar la porquería acumulada debemos renunciar a parte de nuestra agua; sólo si esta arrastra por el desagüe las impurezas podremos deshacernos de ellas.


Agotados, semivacíos, no parecemos los mismos; pero si dejamos entrar agua nueva nos sentiremos frescos, renovados y, aunque jamás quedemos a salvo de los accidentes, estaremos más atentos la próxima vez.

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    (!)

      2 perplejos apuntes:

      Sergio Reina dijo...

      Bufff, tremendo post. Me quedo sin palabras. Pero si que me queda decir, que todo se puede arreglar, es armarse de paciencia, y todo al final se puede purificar.

      Saludos

      (!) hombre perplejo dijo...

      Y saber que habrá que renunciar a cosas para conseguirlo...

      Veraniegos saludos, amigo !)

      Sé que no sueles comentar series en tu blog, pero te recomiendo que intentes visionar "Spartacus, sangre y arena" (la han dado por el Plus). Es una mezcla de "Yo, Claudio", "Roma" y "300"...