La información es un derecho y una necesidad, pero también una espada de dos filos. Admiro la capacidad de síntesis de la buena publicidad, capaz de provocar en veinte segundos un impacto integral: la mente, los sentidos, las emociones… ¿Cómo es posible que todavía recuerde anuncios que sólo vi un par de veces?
Hace varias semanas me enviaron un vídeo colgado en youtube en el que un imprudente padre de familia salía de su vehículo en un parque natural para filmar de cerca a unos leones. Lo devoraron delante de su esposa y sus aterrados hijos. Por más que lo intento no logro quitármelo de la cabeza. No debería haber abierto el archivo. Dos días antes había ido al cine a ver “El incidente”, donde hay una escena muy similar. Pero aquello era ficción, trucos y efectos especiales. Lo del temerario y –por qué no decirlo- estúpido de la cámara pasó de verdad. Y yo lo vi. Dos minutos. Una sola vez.
No necesito más. Es suficiente. Es demasiado.
Pongo la tele y todos hablan de lo mismo, una y otra vez. Repiten las imágenes, las declaraciones, los vídeos “exclusivos”, las entrevistas, los datos… No tengo escapatoria. Quiera o no me bombardean sin piedad con sus chácharas, conexiones en directo, reporters de última hora y simulaciones en 3-D. ¿Se acuerdan de las imágenes de Berlín tras la Segunda Guerra Mundial? Pues me siento igual. La información ya no es protagonista. La explotación del espectáculo y la gestión indolente de la noticia usurpa su lugar. David W. Grifitth rodó la mega producción “Intolerancia” sin sonido. Ahora el sonido está omnipresente en el inesperado blockbuster del verano y es algo que no podemos tolerar. La productora de Spielberg ha invertido cientos de millones en saturarnos con su osito panda de las narices. Estaba por todos lados: en la tele, en las calles, en los hipermercados, en los restaurantes, en el cielo, en el suelo, en los diarios, en la sopa… Los canales de televisión de este país han superado esa desmedida campaña publicitaria con su abominable énfasis en la tragedia de Barajas.
Cuando una aeronave se estrella es el silencio el que debe imponerse. El del respeto, el de las oraciones, el del duelo, el de la esperanza… ¡Cállense de una vez!
Hace varias semanas me enviaron un vídeo colgado en youtube en el que un imprudente padre de familia salía de su vehículo en un parque natural para filmar de cerca a unos leones. Lo devoraron delante de su esposa y sus aterrados hijos. Por más que lo intento no logro quitármelo de la cabeza. No debería haber abierto el archivo. Dos días antes había ido al cine a ver “El incidente”, donde hay una escena muy similar. Pero aquello era ficción, trucos y efectos especiales. Lo del temerario y –por qué no decirlo- estúpido de la cámara pasó de verdad. Y yo lo vi. Dos minutos. Una sola vez.
No necesito más. Es suficiente. Es demasiado.
Pongo la tele y todos hablan de lo mismo, una y otra vez. Repiten las imágenes, las declaraciones, los vídeos “exclusivos”, las entrevistas, los datos… No tengo escapatoria. Quiera o no me bombardean sin piedad con sus chácharas, conexiones en directo, reporters de última hora y simulaciones en 3-D. ¿Se acuerdan de las imágenes de Berlín tras la Segunda Guerra Mundial? Pues me siento igual. La información ya no es protagonista. La explotación del espectáculo y la gestión indolente de la noticia usurpa su lugar. David W. Grifitth rodó la mega producción “Intolerancia” sin sonido. Ahora el sonido está omnipresente en el inesperado blockbuster del verano y es algo que no podemos tolerar. La productora de Spielberg ha invertido cientos de millones en saturarnos con su osito panda de las narices. Estaba por todos lados: en la tele, en las calles, en los hipermercados, en los restaurantes, en el cielo, en el suelo, en los diarios, en la sopa… Los canales de televisión de este país han superado esa desmedida campaña publicitaria con su abominable énfasis en la tragedia de Barajas.
Cuando una aeronave se estrella es el silencio el que debe imponerse. El del respeto, el de las oraciones, el del duelo, el de la esperanza… ¡Cállense de una vez!
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