El hombre primitivo empleaba la mayor parte de su tiempo en salir a cazar. Pero en el siglo XXI a uno le basta con acercarse en coche al hipermercado para nutrir la despensa de víveres con que hacer frente a la semana, el mes y todo el invierno. Internet también nos ha hecho adictos a la compra online; y así nos traen hasta la puerta de casa todo cuanto podamos necesitar y/o desear.
En amplias zonas del planeta, el hombre sigue necesitando salir a cazar para subsistir, pero el mundo occidental del nuevo milenio se caracteriza por su alienante vida sedentaria.
Ya no tenemos necesidad de batir el monte para sobrevivir, pero la impronta de cazadores sigue latente en nuestro código genético. Y quizá sea por este motivo que la venta de cámaras digitales y dvd grabadores siga "disparada". Muchos quieren reivindicar su alma de escopeteros y capturar... imágenes.
El cazador de imágenes no apresa para comer sino para alimentar su vista y su curiosidad. Pero sobre todo le estimula el placer, el goce de atrapar el gesto, el color, el instante, la vida. El gustazo de coleccionar trofeos, vanagloriarse mostrándolos a otros, y recrearse en ellos cuantas veces le apetezca. El deleite de disparar el gatillo “REC” de la grabadora y, sin duda, el regocijo de ejercer poder sobre los demás. Los primitivos dibujaban en las cuevas a sus futuras presas como conjuro para expresar su dominio sobre ellas. Hoy no hay más que ver cómo se comportan quienes llevan una cámara para convencernos de que la sensación de supremacía y potestad es real.
Las otras estrellas de la función son las pantallas de plasma y LCD. Porque a aquellos que no se atreven a salir de caza les basta con observar. Cazar y observar, dos capacidades esenciales del alma humana. De ahí el incontestable éxito de la televisión, el gran Museo de la Caza, con innumerables salones-programas rebosantes de trofeos expuestos a la contemplación pública. En un alarde de metacinegética, cazan a los cazadores cazando, y observamos a los alimañeros profesionales, entregados en cuerpo y alma a la cacería, persiguiendo a sus presas incansablemente. Vemos cómo se apostan junto a sus guaridas y acechan pacientemente hasta que logran capturar sus piezas con armamento óptico, para vender después “sus pieles” en el mercado y satisfacer nuestra curiosidad y sus cuentas corrientes.
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