Al artista británico Marc Quinn le ha sobrevenido un complejo de Rey Midas y ha decidido convertir a Kate Moss en efigie de oro macizo. El arte es libre y cada cual puede abordarlo como mejor sepa o le parezca. El propio Quinn dio muestras de su hálito provocador ─o desajuste mental─ cuando expuso un busto de sí mismo moldeado con una materia prima insólita: su propia sangre (!).
Pero se me antoja poco oportuno erigir monumento tan suntuoso en un momento sensible ante la injusta y pésima distribución de la riqueza en el mundo. Por no hablar de la metáfora que suscita la idea de cubrir de oro a alguien que ha sido últimamente impopular por sus impúdicos coqueteos con la droga y por representar el arquetipo anoréxico de la moda. Igual fue elegida por imperativo presupuestario: su peso se ajustaba al número de lingotes disponibles.
La escultura, más que una pieza artística, parece una declaración de principios, un posicionamiento ético y casi (a)moral sobre lo que está ocurriendo en este siglo. Algo muy similar a la fiebre que afecta a los millonarios del planeta y que les impulsa frenéticamente, no a devorar literalmente a los de su raza, como en “28 semanas después”, sino a convertir Dubai en el (vergonzante) paradigma del lujo y los edificios imposibles.
Cada nuevo proyecto arquitectónico en este paraíso dorado de la ostentación clasista produce efectos contradictorios: fascinación por su belleza, admiración por su proeza técnica, indignación por su coste, consternación por sus connotaciones sociales... “Si no estás en Dubai no eres nadie”, declaraba un joven arquitecto de moda.
¿Qué quieren que les diga? Si los potentados dilapidan sus fortunas en un parque temático de fantasía futurista, que incluye un archipiélago artificial con forma de mapamundi o edificios rotatorios, que les aproveche. Pero a mí todo esto me recuerda al episodio bíblico de la Torre de Babel, en aquel tiempo en que los hombres, enfermos de arrogancia y vanidad, decidieron levantar hasta el cielo una construcción que reafirmase su poderío y desafiase a los dioses. Bien no les fue, como tampoco a los israelitas que adoraron al becerro de oro o al monarca que cambió, a su pesar, los besos cariñosos de su hija por un pisapapeles dorado a tamaño natural.
Pero se me antoja poco oportuno erigir monumento tan suntuoso en un momento sensible ante la injusta y pésima distribución de la riqueza en el mundo. Por no hablar de la metáfora que suscita la idea de cubrir de oro a alguien que ha sido últimamente impopular por sus impúdicos coqueteos con la droga y por representar el arquetipo anoréxico de la moda. Igual fue elegida por imperativo presupuestario: su peso se ajustaba al número de lingotes disponibles.
La escultura, más que una pieza artística, parece una declaración de principios, un posicionamiento ético y casi (a)moral sobre lo que está ocurriendo en este siglo. Algo muy similar a la fiebre que afecta a los millonarios del planeta y que les impulsa frenéticamente, no a devorar literalmente a los de su raza, como en “28 semanas después”, sino a convertir Dubai en el (vergonzante) paradigma del lujo y los edificios imposibles.
Cada nuevo proyecto arquitectónico en este paraíso dorado de la ostentación clasista produce efectos contradictorios: fascinación por su belleza, admiración por su proeza técnica, indignación por su coste, consternación por sus connotaciones sociales... “Si no estás en Dubai no eres nadie”, declaraba un joven arquitecto de moda.
¿Qué quieren que les diga? Si los potentados dilapidan sus fortunas en un parque temático de fantasía futurista, que incluye un archipiélago artificial con forma de mapamundi o edificios rotatorios, que les aproveche. Pero a mí todo esto me recuerda al episodio bíblico de la Torre de Babel, en aquel tiempo en que los hombres, enfermos de arrogancia y vanidad, decidieron levantar hasta el cielo una construcción que reafirmase su poderío y desafiase a los dioses. Bien no les fue, como tampoco a los israelitas que adoraron al becerro de oro o al monarca que cambió, a su pesar, los besos cariñosos de su hija por un pisapapeles dorado a tamaño natural.
Fotografías vía etoday
6 perplejos apuntes:
Unicamente añadir a tu reflexión que menudo asquito el busto de Marquitos Quinn!
El drama no és només com dilapiden milions, com contribueixen a la péssima distribució dels recursos, el pitjor per mi és com l'arquitectura està degenerant, passant de ser una obra d'art total a una escultura que només busca impresionar a la primera mirada.
El jove arquitecte em sembla que més que triunfar el que fa és fugir a Dubait, un emplaçament on pots oblidar-te de la història a la qual no se saben enfrontar. L'arquitectura sempre ha sigut interpretar el passat, canviar, innovar.. Els canvis en la forma són els més tribials, com ho són de poc interessant totes aquestes arquitectures.
Un professor meu va dir un cop que l'arquitectura s'havia de viure, que un edifici no era per mirar-se'l des de fora, l'has de recorrer, utilitzar, viure-hi i experimentar la grandesa de l'obra.
Molt interessant l'article i tot el bloc.
extraño: Por eso lo he dejado como hiperenlace (de inspección voluntaria) y no como ilustración directa en el artículo, compañero. No quería horrorizar a mis fieles lectores.
llorenç: Benvingut! La teva aportació també és molt interessant; encara que no crec que sigui "pitjor" la distorssió del fet arquitectònic (tesi que comparteixo) que la exhibició gairebé obscena dels opulents davant un món que pateix.
Leí un artículo, que sería el contrapuesto a éste, en el que unas arquitectas reivindicaban el uso racional del espacio y no la impresión, como dice llorenç, querían edificios que se puedan usar, que sean más anchos y circulares como un centro de reunión, y no fálicos y jerárquicos.
Que todo esto se esté dando en el mundo árabe no sé si es una forma de acercarse a Occidente o una declaración de "No necesitamos a los occidentales para prosperar, tenemos nuestros recursos y nuestra cultura". En fin.
Buen blog. ;-)
Tens rao, el problema més gran de països com Dubait és que a pocs km d'aquests centres hi han poblacions que viuen en la miseria. Però esq aquesta arquitectura em posa tan nerviós que em vaig ofuscar!
Elaine Holmes: Puede que tengan recursos, però lo que és su cultura no tiene nada que ver con estas edificaciones ni las ciudades que estan construiendo, no solo en la forma i en la tipologia sinó en la sostenibilidad. Edificios de cristal en un desierto?
elaine: arquitectas tenían que ser. Siempre priorizando la emoción a la razón. Yo también quiero una ciudad de casas bajas y edificios de una planta y con jardín; pero entonces Barcelona llegaría hasta Zaragoza, ¿no? Lo de los árabes (y los que se apuntan al recital de arquitecturas imposibles) es, tal como digo en el artículo, una forma ampulosa de restregarse los unos a los otros por la cara su opulencia. Vanidad de vanidades, que decía el Predicador...
llorenç: ofuscació fàcilment comprensible. Y, como dices, ¡ojo con el cristal... que corta!
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