Kate Moss y la dorada desnudez

“Statuephilia” es el nombre de la muestra de escultura contemporánea que acoge el Museo Británico de Londres hasta el próximo enero. La pieza más llamativa de la exposición es una figura a tamaño natural de Kate Moss, y no por su pose ensortijada, sino porque el artista Marc Quinn la ha realizado en oro macizo. Su “Sirena”, que es el nombre oficial de la escultura, está valorada en unos dos millones de euros. La pieza sugiere todo tipo de reflexiones (que no me resisto a publicar más adelante); pero hoy me conformo con apuntar que la efigie dorada de la top model me remite a la mítica Shirley Eaton y su imborrable huella en el imaginario cinéfilo.

De todos los momentos clásicos del universo “bondiano”, quizás el del agente 007 descubriendo el cuerpo desnudo de Jill Masterson es el más recordado (con el permiso de Ursula Andress y su bikini emergiendo del océano, por supuesto).


James Bond encuentra el cadáver de la chica, que ha muerto asfixiada tras haber sido embadurnada de oro por Oddjob, el sicario de Goldfinger. Poco importan los risibles debates suscitados entonces sobre el rigor científico del procedimiento empleado en el asesinato. Su dorada desnudez se convirtió de inmediato en un icono cinematográfico de primer nivel.

La imagen tuvo tanta repercusión que hasta algún productor espabilado se atrevió a rodar una película que titularon “Golden Lady”, con una tal Christina World, a la que no tuvieron mayor reparo en publicitar como “la James Bond femenina”, por si la conexión no quedaba clara.

Otra a la que no se le caen los anillos para promocionarse a toda costa es la inclasificable Paris Hilton, que (como tantas otras) accedió a posar al estilo Goldfinger para una marca de cosméticos, ¿o era de joyas? ¿o una bebida?... No importa, fuera lo que fuere la campaña fracasó, dado que resulta imposible recordar la marca. Es el peligro de recurrir a la dorada desnudez como reclamo.


A quien no le salió mal de todo fue a la Academia de Hollywood, al diseñar su deslumbrante premio: el Oscar, que como todo el mundo sabe va en pelota picada. A cuento de qué viene si no que un galardón cinematográfico porte una espada tan estratégicamente dispuesta.


Tampoco pueden quejarse los creativos que inventaron para Freixenet a las navideñas y doradas burbujas. Claro que es su caso el erotismo es más recatado (será por las fechas). Todo lo contrario de las “Showgirls” de Paul Verhoeven, Elizabeth Berkley y Gina Gershon, bañadas en oro y purpurina y también aficionadas a las burbujas, pero de los jacuzzi y no tanto de los vinos espumosos o el cava catalán.

Ya puestos no olvidemos a Zhora (Joanna Cassidy), la replicante cabaretera de "Blade Runner", que con un papel tan corto como el de Shirley Eaton en "Goldfinger", consiguió su momento de gloria gracias, no a la habilidad de su doble en atravesar escaparates partiéndose literalmente la cara, sino a su singular vestuario de lentejuelas doradas.

Total, que Hollywood y el showbusiness en general han manifestado claramente su afición por los cuerpos dorados y, a poder ser, desnudos. Y si el presupuesto no da para el oneroso baño el oro, no hay nada mejor que un buen bronceado –que diría Quique Guasch- a excepción del milagroso Photoshop.

Aunque si quieren que les diga la verdad, para mí, las chicas a las que mejor les sienta el dorado ─y sin necesidad de quitarse la ropa─ son las irrepetibles “Chicas de oro”.

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