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Cuando eres joven ni te lo planteas. Luego creces y te parece imposible. Hoy lo he visto y no podía creerlo. Pero ha ocurrido: la sala de cine ha desaparecido.
El local llevaba años cerrado, y aunque corría el rumor de que lo echarían abajo resistía sereno en su sitio. Al pasar por su lado se activaba un resorte de la memoria y los recuerdos te envolvían unos minutos. Si ponías la oreja te parecía escuchar los ecos de las viejas películas que allí se habían proyectado décadas atrás; si inspirabas aún percibías el perfume a fantasía y a sueños recreados.
Hasta ayer era el símbolo de una época: de cuando no te obligaban a salir de la sala y podías quedarte a la siguiente sesión para ver otra vez la película que te había entusiasmado; de cuando te dejaban traerte la comida de casa e incluso una almohada para disfrutar de doce horas ininterrumpidas de terror cinematográfico; de cuando en las entradas no iba impreso el título del film ni la hora de la sesión, sólo el nombre del cine y un número de serie…
Ahora el vetusto inmueble y su identidad se han volatilizado; lo han reducido a escombros y se lo han llevado desgajado en camiones. En el solar donde las máquinas ponen los cimientos del nuevo edificio sólo queda un trozo de muro donde se distingue el hueco de un altavoz. Dicen que el bloque de pisos albergará en sus bajos una sala de cine de última generación. Pero no será lo mismo. El encanto del Majestic es irrepetible.
Ante sus ruinas, uno lamenta no haber tenido el mismo empeño por salvarlo que Jim Carrey en aquella película en la que era un guionista amnésico que reformaba el cine del pueblo que le había acogido. Curiosamente aquella sala se llamaba igual que ésta: el Majestic. Ahora me arrepiento de no haber suplicado a los propietarios que me dejaran entrar por última vez para llevarme una de aquellas butacas en las que recibí gran parte de mi educación cinematográfica. A buen seguro que en casa –como elemento decorativo- hubiera sido un estorbo más que otra cosa; pero emocionalmente tendría el mismo valor que un álbum de fotos. Y quién sabe si dentro de unos años, cuando falle la memoria o si el Alzheimer se ceba conmigo, como lo hará -dicen- con más del 30% de la población, sentarme en una roída butaca no podría ayudarme a recordar lo que fue y lo que fui una vez, siempre a oscuras, en la mágica sala del Majestic.
2 perplejos apuntes:
¡Conservas una entrada!!! Igualita que las que me dejaba “Pepe el portero” meter el trozo que él cortaba, para meterlo por la rajita del cajón de madera.
“Menuda” ayudanta :-D
Yo tengo fotos muy antiguas de la construcción del Cine Olimpia, de su derrumbe para levantar un bloque de pisos horrible lo tenía más fácil, pero preferí no hacer ni una.
Oye, y qué nombres ponían a los cines eh!!! jejejeje
¡Conservas una entrada!!! Igualita que las que me dejaba “Pepe el portero” meter el trozo que él cortaba, para meterlo por la rajita del cajón de madera.
“Menuda” ayudanta :-D
Yo tengo fotos muy antiguas de la construcción del Cine Olimpia, de su derrumbe para levantar un bloque de pisos horrible lo tenía más fácil, pero preferí no hacer ni una.
Oye, y qué nombres ponían a los cines eh!!! jejejeje
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