Todo estaba listo para la gran fiesta: las copas de cava, las uvas, el confeti y los gorritos de cartón. El gentío se apelmazaba frente al ayuntamiento y afinaba sus gargantas para berrear al unísono la cuenta atrás. El maestro de ceremonias alertó a la concurrencia que el momento había llegado. Les invitó a concentrar su vista en el segundero, que avanzaba inexorablemente hacia los últimos diez segundos. Preparados, Listos… Millones de recuerdos revolotearon en las mentes, en vivaz coreografía con anhelos y utopías que esperaban materializarse pronto. 4, 3, 2, 1… Los embriagados en euforia, alcohol y banalidad se lanzaron voz en grito a culminar la cantinela… Pero algo iba mal.
El relojero fue el primero en darse cuenta, pero el detalle no pasó desapercibido para muchos. Los cantos y la algarabía fueron acallados por las voces alarmadas de quienes señalaban la aguja del segundero. Estaba paralizada. El último segundo no se había producido. Unos pensaron en atentado, otros en la ineptitud del alcalde; pero no se trataba de una avería mecánica, sino de algo más inquietante: el año se resistía a morir.
Los más viejos del lugar recordaban que una vez, hace más de medio siglo, ocurrió algo parecido: El año se negó a expirar y mantuvo su último segundo de vida durante horas, impidiendo al siguiente entrar en activo. No atendió a los argumentos, ignoró las súplicas, desafió las amenazas, hasta que, exhausto por el titánico esfuerzo de detener el tiempo, cayó.
El Nuevo Año entró a trompicones, embalado por la impaciencia y protestando por aquel dislate; pero de inmediato se dejó contagiar por la fiesta y se sumergió en la celebración de su nacimiento con los demás. Todo quedó olvidado.
Y hoy la historia se repetía. Mas no. Esto era diferente.
Las autoridades informaron, como de costumbre, haciendo gala de su cripticismo y dualidad. Y la confusión sacudió a la muchedumbre. Fue el relojero -bendita diligencia- quien aclaró el embrollo: El tiempo no se dilataba; es que no había más. Ningún año futuro esperaba su turno, el uno de enero próximo no existía, ni existiría jamás. En el reloj de arena de los tiempos sólo quedaba un grano, y estaba a punto de caer. ¿Cómo? ¿Qué? La multitud se ahogaba en preguntas retóricas, pues conocían lo que aquello significaba. Era el final de las horas y de todo lo demás. Todo quedaba dicho, nada por descubrir.
Les invadió la tristeza y la perplejidad. El futuro siempre había estado allí, agazapado, esperando su momento. Vivían creyendo que siempre sería así. ¿Qué iba a ser de ellos, de todos ellos, ahora?
El relojero fue el primero en darse cuenta, pero el detalle no pasó desapercibido para muchos. Los cantos y la algarabía fueron acallados por las voces alarmadas de quienes señalaban la aguja del segundero. Estaba paralizada. El último segundo no se había producido. Unos pensaron en atentado, otros en la ineptitud del alcalde; pero no se trataba de una avería mecánica, sino de algo más inquietante: el año se resistía a morir.
Los más viejos del lugar recordaban que una vez, hace más de medio siglo, ocurrió algo parecido: El año se negó a expirar y mantuvo su último segundo de vida durante horas, impidiendo al siguiente entrar en activo. No atendió a los argumentos, ignoró las súplicas, desafió las amenazas, hasta que, exhausto por el titánico esfuerzo de detener el tiempo, cayó.
El Nuevo Año entró a trompicones, embalado por la impaciencia y protestando por aquel dislate; pero de inmediato se dejó contagiar por la fiesta y se sumergió en la celebración de su nacimiento con los demás. Todo quedó olvidado.
Y hoy la historia se repetía. Mas no. Esto era diferente.
Las autoridades informaron, como de costumbre, haciendo gala de su cripticismo y dualidad. Y la confusión sacudió a la muchedumbre. Fue el relojero -bendita diligencia- quien aclaró el embrollo: El tiempo no se dilataba; es que no había más. Ningún año futuro esperaba su turno, el uno de enero próximo no existía, ni existiría jamás. En el reloj de arena de los tiempos sólo quedaba un grano, y estaba a punto de caer. ¿Cómo? ¿Qué? La multitud se ahogaba en preguntas retóricas, pues conocían lo que aquello significaba. Era el final de las horas y de todo lo demás. Todo quedaba dicho, nada por descubrir.
Les invadió la tristeza y la perplejidad. El futuro siempre había estado allí, agazapado, esperando su momento. Vivían creyendo que siempre sería así. ¿Qué iba a ser de ellos, de todos ellos, ahora?
(!)
16 perplejos apuntes:
Quien se quedó más perplejo fue el fantasma de las navidades futuras. Si el futuro no existía, él tampoco. Ergo, Descartes se había equivocado.
Feliz año presente.
Tocaría por fin vivir el presente, qué putada para la gran mayoría de la gente!
Feliz año nuevo, Perplejo!
Inquietante... Muy inquietante... Extraordinariamente inquietante, incluso.
Al menos por ahora aún puedo felicitarle con motivo de la "entrada" en el año nuevo.
Un saludo cinéfilo.
Pues casi mejor que el 2009 no hubiese llegado, que dicen que si ha habido crisis el año pasado este va a ser todavía peor.
No vale con quitarle las pilas al reloj ¿no?
Feliz año (si se puede)
Inquietante, pero esperanzador. Ya no se podría dejar nada para mañana, lo cual en principio acabaría con esa costumbre ingenua de hacer propósitos de Año Nuevo que nunca llegaremos a cumplir. Y se acabarían las tarjetas de crédito, menudo alivio.
Un beso y feliz entrada de año 2009... si es que queda algún año disponible, claro :)
No está tan mal ese presente chicloso que planteas.
Me lo pido con sabor a menta fuerte, pero de los que hacen pompas muy grandes que estallen y se peguen en la nariz :-P
Lo último sería perder el espíritu infantil :-)
Al: Apunte dickensiano brillante... ¿Año Feliz? Presente !)
Extraño: Porno haber sabido vivir el pasado, naturalmente. O naturalmente el pasado, que no es lo mismo. FELIZ (extr)AÑO !)
Dexter: Inquietantes, porque ya no podían ser inquietdespués. Cinéfilos saludos !)
Ese: Se podrá... aunque sea haciendo eses... Lo que siempre es recomendable, por cierto.
Euralia: Y además, como el cargo es el día 1 del mes siguiente, el último recibo no nos lo cobrarían nunca... aunque siguiéramos pasándola una y otra vez. Alguna cosa buena había de tener...
Ratona: Quizá todo esto ocurrió precisamente por haberlo perdido... Me apunto a chicle de menta, pero sin azúcar. !)
ja! siempre me ha parecido que el tiempo no se comporta de manera normal... cuánto dura una hora??? nadie acertaría a contestarlo. Pero que se pare? eso me causa gracia, y sorpresa. Sería erótico, no?
adriana: Precisamente en el juego erótico es donde se percibe de forma más relativa. ¿No dicen que lo que para ellos es una noche de lujuria y desenfreno, para ellas son cinco minutos de diversión auténtica?
Si, así dicen. Aunque los que dicen eso tampoco podrían precisar cuánto dura una noche, ni cuánto duran cinco minutos...(!)
Bueno, siempre está la famosa ecuación: "una noche es la acumulacion de bloques de cinco minutos". Al revés no funciona !)
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