9 jun 2008

El hambre y las ganas de comer


Un chef español y su equipo han inventado un croissant líquido presentado en copa Martini y un café de textura sólida, una especie de coulant con leche en el interior. Elaborada sólo con productos naturales la insólita creación culinaria se desmarca de la reciente polémica sobre la utilización de aditivos. Ahora, además de mojar el croissant en el café, podremos mojar el café en el croissant.

Mientras aquí, por aburrimiento o afán de notoriedad, andamos rebanándonos los sesos en la deconstrucción de alimentos, la desnutrición afecta ya a casi novecientos millones de personas hambrientas.


En el film “La Grande Bouffe” de Marco Ferreri un grupo de amigos se reunían para suicidarse comiendo, una alegoría de la vergonzante opulencia del primer mundo y sus dos mil millones de ciudadanos con problemas de sobrepeso. Occidente le ha dado la espalda definitivamente a los más desfavorecidos. Ahora, además de nuestra indolente voracidad les arrebatamos los cereales y el arroz para utilizarlos como biocombustibles de nuestros modernos vehículos.

Los ocho millones de euros que Zapatero ha prometido a la ONU para paliar la escasez de alimentos en el Tercer Mundo se antoja insignificante. España –que acuñó aquello de “más cornás da el hambre” y ha sufrido una posguerra de privaciones básicas- suele ser solidaria y generosa. Ha multiplicado por siete sus aportaciones en el último lustro; pero se necesitan inversiones de 30.000 millones de dólares anuales en agricultura para hacer frente a una crisis alimentaria que va más allá de la dimensión humanitaria. Hacemos algo, pero deberíamos hacer más.


Este es el país donde se cierran negocios almorzando o cenando, donde se espera el puchero tomando el aperitivo, donde cualquier cosa que se celebre exige una comilona: bodas, bautizos, comuniones, aniversarios, festividades… También lo es de las niñas que ayunan indefinidamente porque se ven gordas sin estarlo y de los sin techo que buscan sustento en los contenedores. Son contrastes demasiado llamativos para considerarlos folclore.

Ojalá que la desbordante creatividad de nuestros adalides gastronómicos se contagie a la clase política que ha de poner remedio a este despropósito. Si no, nos aguarda un angustioso destino: morir de indigestión; por lo que comemos, por las cantidades que comemos o porque se nos atragante el lamento de los que, literalmente, no tienen nada que llevarse a la boca.

2 perplejos apuntes:

Small Blue Thing dijo...

Pues qué quieres que te diga: más razón que un santo tienes.

(!) hombre perplejo dijo...

No sabes cuánto me alegra que vayamos coincidiendo en cosas, sbt...

perplejos saludos!