Escucho por la radio cuñas institucionales que ilustran cómo debe hablarse correctamente el catalán. Los libros de estilo de los medios de comunicación son una guía para el uso adecuado del lenguaje y para unificar léxico y terminología que pueden llevar a confusión. La RAE revisa continuamente el habla de los españoles para incorporar neologismos preservando la esencia del castellano.
A pesar de estas y otras iniciativas, cada vez hablamos peor y escribimos que da pena. No me refiero a la adicción de los adolescentes por ese “lenguaje” devora-letras llamado SMS: me comentaba un amigo catedrático que muchos de los exámenes de sus universitarios no pasarían un control ortográfico de los que él hacía en segunda etapa de EGB.
Siendo esto preocupante, me inquieta más la tendencia a mecanizar algunos procesos lingüísticos de forma que ya no llamamos a las cosas por su nombre sino por el apelativo con el que otros las han calificado antes. Así, cada vez es más difícil encontrar en la prensa el término “cristiano” sin más. Ahora, los cristianos –todos ellos, como si de una masa uniforme se tratase- son “cristianos conservadores” o “cristianos fundamentalistas” o “cristianos de extrema derecha”. El calificativo va ligado al sustantivo integrando una forzada (e interesada) unidad. Puedes ser hincha de fútbol y sentir los colores de cualquier equipo del mundo, pero si eres cristiano votas al PP, sin discusión.
Otra fea costumbre es la de utilizar eufemismos para que los mensajes respondan a una filosofía concreta; algunos la llaman “lo políticamente correcto”, a mí me parece más bien “lo socialmente acatado por el que dirán”. Por ejemplo, en el dramático asunto de la violencia de género, cuando un hombre maltrata, veja o mata a su pareja se habla –en buena lógica- de “brutal paliza”, “humillación” y “asesinato”. En cambio, días atrás, cuando una mujer de Navarra asesinó a sus hijos menores para no tener que compartir la custodia con su ex marido, los medios utilizaron el apelativo científico de homicidio “por compasión”. Esta es la explicación que daba un psicólogo: antes de suicidarse la mujer quita la vida a sus hijos porque considera que así les evitará sufrimientos cuando ella ya no esté para cuidarlos.
No sé a los demás, pero a mí esta nomenclatura me parece manipuladora de la realidad y de las conciencias.
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A pesar de estas y otras iniciativas, cada vez hablamos peor y escribimos que da pena. No me refiero a la adicción de los adolescentes por ese “lenguaje” devora-letras llamado SMS: me comentaba un amigo catedrático que muchos de los exámenes de sus universitarios no pasarían un control ortográfico de los que él hacía en segunda etapa de EGB.
Siendo esto preocupante, me inquieta más la tendencia a mecanizar algunos procesos lingüísticos de forma que ya no llamamos a las cosas por su nombre sino por el apelativo con el que otros las han calificado antes. Así, cada vez es más difícil encontrar en la prensa el término “cristiano” sin más. Ahora, los cristianos –todos ellos, como si de una masa uniforme se tratase- son “cristianos conservadores” o “cristianos fundamentalistas” o “cristianos de extrema derecha”. El calificativo va ligado al sustantivo integrando una forzada (e interesada) unidad. Puedes ser hincha de fútbol y sentir los colores de cualquier equipo del mundo, pero si eres cristiano votas al PP, sin discusión.
Otra fea costumbre es la de utilizar eufemismos para que los mensajes respondan a una filosofía concreta; algunos la llaman “lo políticamente correcto”, a mí me parece más bien “lo socialmente acatado por el que dirán”. Por ejemplo, en el dramático asunto de la violencia de género, cuando un hombre maltrata, veja o mata a su pareja se habla –en buena lógica- de “brutal paliza”, “humillación” y “asesinato”. En cambio, días atrás, cuando una mujer de Navarra asesinó a sus hijos menores para no tener que compartir la custodia con su ex marido, los medios utilizaron el apelativo científico de homicidio “por compasión”. Esta es la explicación que daba un psicólogo: antes de suicidarse la mujer quita la vida a sus hijos porque considera que así les evitará sufrimientos cuando ella ya no esté para cuidarlos.
No sé a los demás, pero a mí esta nomenclatura me parece manipuladora de la realidad y de las conciencias.
3 perplejos apuntes:
Hombre perplejo, acabas de conectar con este comentario con una vieja preocupación mía: la importancia de la semántica. Tú te refieres a la selección y uso intencionado de unas palabras u otras. Totalmente de acuerdo. Pero aún podríamos añadir otro nivel de reflexión (y preocupación!): la falta de conciencia del propio uso de las palabras que hacen algunas personas aun estando de acuerdo con el nivel que planteas tú. Intentaré explicarme con más claridad: en mi entorno, muchos amigos son conscientes de la manipulación de las palabras en la prensa, entre los políticos... entre lo que podríamos considerar círculos de poder (diverso). En cambio, aprecio una inconsciencia y despreocupación absoluta en el uso personal de las palabras que estos mismos amigos hacen en conversaciones informales. Atribuyen a los medios y al poder la voluntad de construir una realidad a través de las palabras y no se dan cuenta (esta es la lectura más benévola que puedo poner por escrito!!) de que cada uno de nosotros también construimos realidad.
drs
No sólo la construimos. También la proyectamos, la transmitimos a nuestros hijos y pronto viviremos todos en otra realidad tan ficticia como la virtualidad en Internet condenados -me temo- al fatal advenimiento de una oclocracia.
Perplejos Saludos
Hola Hombre Perplejo:
Veo que eres de los míos, de los que hablas sin tapujos, quiero decirte que acabas de ganarme como lectora, si me lo permites, y además voy a darte mi blog de cine, que lo tenía sin utilizar.
Un saludo.
Felicitaciones por el blog.
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