De un tiempo a esta parte la Navidad se ha convertido en la excusa idónea para montar telemaratones. No todas son iguales; es cierto. Aunque les mueva el mismo espíritu solidario, no son comparables el rigor o el alcance socio mediático de “La Marató” de TV3 con el quiero y no puedo de la “Gala Inocente Inocente”, por ejemplo.
Su razonamiento y su propuesta son muy interesantes. Si los telemaratones han de servir para impulsar investigaciones pioneras, de elevado coste, valientes, imposibles de abordar sin un generoso respaldo económico, bienvenidos sean. Pero si el resultado final es un puñado de buenos trabajos científicos en revistas profesionales, es lícito replanteárselos.
En Navidad la gente parece predispuesta a regalar, a ser dadivosa con los marginados, espléndida con los desprotegidos, magnánima con los que no cuentan. Hay mucha necesidad en el mundo y no quisiera ser tachado de frívolo, así que aviso: hablo en serio, no se trata de una broma de mal gusto.
Se me ocurre que además de los telemaratones clásicos centrados en las personas con problemas, también podrían organizarse otros que recogieran fondos para combatir otro tipo de enfermedades: como la mediocridad, el amiguismo, la vulgaridad y la ausencia de valores. Y ya que hablamos de televisión, las donaciones servirían para crear productos audiovisuales en los que las cadenas no suelen (porque no quieren) invertir.
¿Por qué no abrir una convocatoria de nuevos formatos, propuestas creativas, series ambiciosas de verdad, sin el lastre del pánico a las audiencias…? Fondos con los que los autores pagaran a los productores sus servicios para llevar a cabo sus propios proyectos (y no al revés). Fondos con los que comprar a las cadenas un espacio en su parrilla para emitir un programa que ellas jamás apoyarían. Fondos para proponer un género de animación alternativo, programas infantiles y divulgativos donde los equipos de guionistas no tuvieran que dimitir porque los consideran un asunto menor que no merece un salario digno. Fondos para producir pilotos de series con la calidad que exigen, y no engendros híbridos e indefinidos hechos a trompicones y sin criterio, o con demasiados criterios. Fondos para invertir en ideas y en personas, no sólo en productos artificiales y artificiosos. Fondos para comprar tiempo que permita madurar una buena idea y no despilfarrarla o malograrla en dos capítulos. En definitiva: fondos para demostrar que otra televisión es posible… Y que valdría la pena descubrirla.
Me temo que, aunque llegaran a hacerse tales maratones, el problema seguiría siendo el mismo: ¿qué criterio aplicarían los que seleccionasen los proyectos a desarrollar? ¿Lograríamos un avance significativo o revolucionario en nuestra enferma televisión o abarrotaríamos los archivos de las cadenas con proyectos perfectamente encuadernados y expresamente olvidados?
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Sorprende –y mucho– que un pueblo acusado últimamente de insolidario como el catalán done cada año una cantidad sustancialmente superior al total del resto de España.Pero hasta la veterana y admirada “Marató” empieza a oír voces críticas. Hoy, en la sección de Cartas de los lectores de “La Vanguardia”, alguien cuestiona si la administración de los fondos obtenidos cada año está siendo la más conveniente. Lo hace sin acritud, poniendo datos encima de la mesa, explicando que buena parte de los millones recogidos para hacer frente a enfermedades graves en estos quince años han ido a parar a proyectos de investigación que no han dado como resultado ningún descubrimiento terapéutico revolucionario. Son abundantes, en cambio, pequeños avances que han acabado publicados en revistas científicas. No hace acusaciones, pero plantea si esta política de adjudicación de las ayudas responde a la expectativa creada. También constata que la lista de enfermedades parece estar agotada (cáncer y corazón repiten edición). Se pregunta si no cabría plantearse empezar a dedicar “La Marató” a otros problemas, y cita como ejemplos la pobreza o la marginación en las ciudades.
Su razonamiento y su propuesta son muy interesantes. Si los telemaratones han de servir para impulsar investigaciones pioneras, de elevado coste, valientes, imposibles de abordar sin un generoso respaldo económico, bienvenidos sean. Pero si el resultado final es un puñado de buenos trabajos científicos en revistas profesionales, es lícito replanteárselos.
En Navidad la gente parece predispuesta a regalar, a ser dadivosa con los marginados, espléndida con los desprotegidos, magnánima con los que no cuentan. Hay mucha necesidad en el mundo y no quisiera ser tachado de frívolo, así que aviso: hablo en serio, no se trata de una broma de mal gusto.
Se me ocurre que además de los telemaratones clásicos centrados en las personas con problemas, también podrían organizarse otros que recogieran fondos para combatir otro tipo de enfermedades: como la mediocridad, el amiguismo, la vulgaridad y la ausencia de valores. Y ya que hablamos de televisión, las donaciones servirían para crear productos audiovisuales en los que las cadenas no suelen (porque no quieren) invertir.
¿Por qué no abrir una convocatoria de nuevos formatos, propuestas creativas, series ambiciosas de verdad, sin el lastre del pánico a las audiencias…? Fondos con los que los autores pagaran a los productores sus servicios para llevar a cabo sus propios proyectos (y no al revés). Fondos con los que comprar a las cadenas un espacio en su parrilla para emitir un programa que ellas jamás apoyarían. Fondos para proponer un género de animación alternativo, programas infantiles y divulgativos donde los equipos de guionistas no tuvieran que dimitir porque los consideran un asunto menor que no merece un salario digno. Fondos para producir pilotos de series con la calidad que exigen, y no engendros híbridos e indefinidos hechos a trompicones y sin criterio, o con demasiados criterios. Fondos para invertir en ideas y en personas, no sólo en productos artificiales y artificiosos. Fondos para comprar tiempo que permita madurar una buena idea y no despilfarrarla o malograrla en dos capítulos. En definitiva: fondos para demostrar que otra televisión es posible… Y que valdría la pena descubrirla.
Me temo que, aunque llegaran a hacerse tales maratones, el problema seguiría siendo el mismo: ¿qué criterio aplicarían los que seleccionasen los proyectos a desarrollar? ¿Lograríamos un avance significativo o revolucionario en nuestra enferma televisión o abarrotaríamos los archivos de las cadenas con proyectos perfectamente encuadernados y expresamente olvidados?
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