Un centro comercial de L’Hospitalet ha creado el “aparca maridos”, una zona equipada con sofás, televisores y prensa para los tipos que se cansan o se mueren de aburrimiento mientras sus esposas van de compras. La idea fue sugerida por un cliente que, como los responsables de esta gran superficie, entienden que las compras son responsabilidad exclusiva de ellas, mientras que el rol del marido se limita al de mero acompañante, ocasional empuja-carritos y presumiblemente chofer.
Pensándolo bien: si dejamos el paraguas en un cubo a la entrada del Banco, si encadenamos el carrito a las consignas del Súper, si entregamos los abrigos a la chica del guardarropía, ¿por qué no “aparcar” también al marido pelma y rezonguero en la sala BIP (Bienvenidos Inútiles Perezosos)?
Lecturas sexistas al margen, ¡qué gran invento el de las zonas de aparcamiento! Para dejar fuera lo que no cabe dentro, o lo que no te dejan pasar, o lo que molesta, incomoda, es superfluo o innecesario. Aunque no se ven, existen parkings integrales en las inmediaciones de muchos edificios. En los estudios de televisión, por ejemplo, algunos jefazos aparcan fuera el sentido común o la creatividad. En ciertas emisoras de radio existen áreas donde se aparcan el rigor, la ecuanimidad o el respeto. Algunos edificios gubernamentales y municipales tienen amplias zonas donde muchos funcionarios y funcionarias dejan estacionados toda su jornada laboral el amor al trabajo, la alegría e incluso el sentido del humor…
A aparcar el equipaje para ir cómodo en el avión se le llama facturar. Postergar una decisión es también aparcarla. Y si el asunto tiene que ver con dinero se llama morosidad. Instalar al abuelo en la residencia es como aparcarlo en zona de carga y descarga: en cuanto te das la vuelta ya se lo han llevado al depósito. Aparcar asuntos relevantes se conoce como campaña electoral y hacerlo con los peques es “llevarles a la guardería”.
Pero aún queda mucho por hacer. Por ejemplo: así como los musulmanes tienen una zona de “aparcamiento de calzado” para acceder descalzos a sus mezquitas, los cristianos deberían habilitar a la entrada de sus templos espacios para que aquellos que lo necesitan puedan aparcar su hipocresía, su incredulidad, sus domésticas rencillas o sus sentimientos de culpa. Y así entrar libremente, sin el peso de lo que estorba, a exhibir su fe, sea la que sea.
Pensándolo bien: si dejamos el paraguas en un cubo a la entrada del Banco, si encadenamos el carrito a las consignas del Súper, si entregamos los abrigos a la chica del guardarropía, ¿por qué no “aparcar” también al marido pelma y rezonguero en la sala BIP (Bienvenidos Inútiles Perezosos)?
Lecturas sexistas al margen, ¡qué gran invento el de las zonas de aparcamiento! Para dejar fuera lo que no cabe dentro, o lo que no te dejan pasar, o lo que molesta, incomoda, es superfluo o innecesario. Aunque no se ven, existen parkings integrales en las inmediaciones de muchos edificios. En los estudios de televisión, por ejemplo, algunos jefazos aparcan fuera el sentido común o la creatividad. En ciertas emisoras de radio existen áreas donde se aparcan el rigor, la ecuanimidad o el respeto. Algunos edificios gubernamentales y municipales tienen amplias zonas donde muchos funcionarios y funcionarias dejan estacionados toda su jornada laboral el amor al trabajo, la alegría e incluso el sentido del humor…
A aparcar el equipaje para ir cómodo en el avión se le llama facturar. Postergar una decisión es también aparcarla. Y si el asunto tiene que ver con dinero se llama morosidad. Instalar al abuelo en la residencia es como aparcarlo en zona de carga y descarga: en cuanto te das la vuelta ya se lo han llevado al depósito. Aparcar asuntos relevantes se conoce como campaña electoral y hacerlo con los peques es “llevarles a la guardería”.
Pero aún queda mucho por hacer. Por ejemplo: así como los musulmanes tienen una zona de “aparcamiento de calzado” para acceder descalzos a sus mezquitas, los cristianos deberían habilitar a la entrada de sus templos espacios para que aquellos que lo necesitan puedan aparcar su hipocresía, su incredulidad, sus domésticas rencillas o sus sentimientos de culpa. Y así entrar libremente, sin el peso de lo que estorba, a exhibir su fe, sea la que sea.
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