2 oct 2007

Cabinas de película


Las cabinas de teléfono ya no son lo que eran. En Gran Bretaña aún se mantienen en pie por aquello del reclamo turístico (quien no haya sucumbido a la tentación de hacerse una foto junto a uno de estos iconos colorados en una visita londinense que levante la mano).

La cabina más famosa de la historia del audiovisual tiene denominación de origen hispana: Garci-Mercero. Con "La cabina" consiguieron el primer –y hasta la fecha único- Emmy para una producción española. El premio supuso el reconocimiento internacional a un producto original y aterrador. Tal fue su impacto que aquel 1972 lo primero que uno hacía al entrar en una cabina no era descolgar el auricular sino asegurarse de que la puerta no se cerraba del todo… por si acaso.

Abro paréntesis: hoy se alaba el terror oriental por la simplicidad de sus propuestas y su ausencia de justificación argumental. Una revisión de “La Cabina” de José Luis Garci y Antonio Mercero nos descubre que hace treinta y cinco años ya se creaban aquí productos audiovisuales con idéntico planteamiento. Sin embargo los orientales han desarrollado una industria audiovisual extraordinaria mientras que aquí llevamos tres décadas largas de raquitismo. ¿Causas? (!) Cierro paréntesis.
La Cabina rotoscopiada es un singular experimento de Nathan Preston. Su reinterpretación pseudo pictórica con filtros de Photoshop y After Effects condensa el suplicio de José Luis López Vázquez en dos minutos y medio, pero sigue manteniendo el espíritu del film original, que el artista califica acertadamente como “horror oscuro y surrealista”:


Ahora las cabinas ya no son cerradas, muchas sólo aceptan tarjetas (con lo que evitan el vandalismo) y, lo más significativo: casi nadie las usa. Aquellas vitrinas de cristal y aluminio en las que te cocías en verano mientras hablabas con la novia ya no las encuentras ni en las ferias de antigüedades.

Al contrario que las máquinas de fotomatón, que han sobrevivido al huracán digital reciclándose y ofreciendo nuevas ventajas, las vetustas cabinas han claudicado ante los móviles y los locutorios.

El Cine ha dado a este elemento del mobiliario urbano numerosas utilidades dramáticas: Como recurso cómico la cabina es propicia a almacenar gente, al estilo del camarote de los hermanos Marx. Los amantes las han utilizado para sus encuentros furtivos; los perseguidos para esconderse; los psicópatas para acosar a sus víctimas desde la acera de enfrente; los listillos para impedir que localicen sus llamadas; los desesperados para pedir ayuda in extremis; los extraviados para encontrar una dirección o una persona… aunque a veces se equivoquen, como Arnold Schwarzenegger confundiéndose de Sarah Connor en “Terminator”…

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