8 sept 2010

El descubrimiento

Aquella noche nos quedamos, literalmente, a dos velas. Era pleno agosto, pero comenzó el diluvio de la manera habitual: sin previo aviso. Y se fue la luz; de la vivienda, de las farolas, de la urbanización. Era ya de noche, con lo que nos vimos atrapados en la más densa oscuridad.


Los chicos estaban en el sótano, viendo la tele, así que la prioridad fue ir a buscarles antes de que les entrara el pánico al transformarse su sala de recreo en la cueva del lobo. He bajado por esa escalera de caracol cientos de veces, pero aquella me pareció la más infernal, como el recorrido del Pasaje del Terror. Claro que tenemos linternas para estos casos; el problema es que los peques le han cogido el gusto a jugar con ellas y, a la hora de la verdad, las pilas ya habían pasado al limbo alcalino.

A tientas conseguí llegar hasta ellos, sin dejar de hablarles, para que supieran que los pasos que se les acercaban eran los míos y que las manos que les agarraban no pertenecían a brujas o fantasmas. A esa edad, y con las luces apagadas, los chiquillos los ven por todas partes. Tras el rescate, y ya con la familia reagrupada, encendimos las dos velas de un candelabro de esos que se tienen como adorno, sin sospechar que algún día tendrán su momento de gloria.

Allí estábamos, los cinco, rodeando la única fuente de luz en semejante noche cerrada y tormentosa; excitados y hambrientos. Nos dimos cuenta entonces de que nuestra vida está construida alrededor de un fenómeno que no podemos controlar. Dependemos de él en tal manera que cuando nos falta nos sentimos perdidos. No podíamos cocinar, ni ver la tele, ni usar el teléfono, ni jugar al ordenador; y la necesidad de alguno de ir al baño se convertía en una excursión colectiva al amparo de un rudimentario candelabro. Sin embargo, aquel conato de pesadilla acabó convirtiéndose en una velada entrañable, donde nos sentamos apiñados, cogidos de las manos, observándonos en la penumbra, conversando, comiendo bocadillos, contándonos cuentos y cantando.

Entendimos que aquello que nos articula la vida, nos facilita “ese tipo” de vida, uno determinado por aquello sobre lo que lo construimos. Pero hay otras vidas posibles, otras formas de vivir, que para algunos pueden resultar primitivas o anticuadas, pero que para otros pueden llegar a convertirse en un auténtico descubrimiento.

© !)

La ilustración es de © Vincent Nahuel Hachen

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    4 perplejos apuntes:

    Julio dijo...

    Sí, señor guionista, ¿el texto es tuyo, no? Muy bien escrito -dicho por mí, no tiene valor, pero insisto-. A ver cuándo nos dedicamos a esto de la narrativa, aunque sea breve, en tu bitácora, como un añadido, un extra a tu labor didáctico-cinéfilo-lúdica. Abrazo desde Canarias. ^_^

    Sergio Reina dijo...

    Coincido con Julio plenamente. Genial relato, me ha llegado. A veces hacen falta esas pequeñas cosas para poner la realidad en su sitio y darnos cuenta de lo que de verdad importa.

    Un abrazo

    (!) hombre perplejo dijo...

    Julio: Gracias. Sí tiene valor; al menos para mí. Intentaré hacer caso de tu recomendación, aunque cada vez tengo menos tiempo !)

    (!) hombre perplejo dijo...

    Serreina: Encantado de que te guste a ti también. Gracias por tu fidelidad !)