16 mar 2010

La nieve postiza


Un terremoto es siempre una tragedia. Si la tierra tiembla, el hombre también. Ante un bosque ardiendo nadie piensa en el calorcillo que desprenden los árboles en combustión. Un tsunami levanta olas imposibles, pero ni el más intrépido surfista sueña con cabalgar sobre ellas. Y, aunque regale instantáneas hipnóticas, no hay nada de idílico en presas desbordadas, tormentas en alta mar o vientos huracanados. En cambio, cuando nieva, una sensación de bienestar nos embriaga. Los copos seducen, generan alegría, invitan al juego. Es como si los cielos recitasen poesía; no pensamos que algo malo acontece o pueda desencadenarse el caos.

Si nieva nos dejamos empapar por la levedad de las motas blancas, construimos muñecos con nuestros hijos, bombardeamos a los compañeros con proyectiles de hielo cristalizado y agotamos la memoria del móvil capturando todos esos momentos.

La nieve tiene “ese algo” que nos encandila: los reposteros trabajan a punto de nieve, los esquiadores se deslizan por ella, los mexicanos se la comen como postre, algunos llaman así a sus hijas y, dentro de unos días, con el apagón analógico, la única nieve molesta, la interferencia electromagnética de la tele, desaparecerá.

Una nevada puede ser el premio fotográfico del año o el presagio de una catástrofe. Ahí radica su paradoja.

Hay otras nieves con peor cartel: La que se esnifa destruye vidas; no es una opinión, es una estadística. Y luego está la otra, la que no moja porque está hecha de papel: el confetti con el que se riega jovialmente a los campeones. Pero no siempre se usa para celebrar victorias; hay quien recurre a ella para transmitir triunfalismo (que no triunfo).


Cuando en las próximas elecciones los partidos hagan nevar papelinas de colores en nuestras calles, revistiéndose de fatuo poderío para adornar sus promesas de servicio a la comunidad, recordemos que esos mismos personajes, que querrán trasmitir sensaciones agradables con su nieve postiza, estuvieron desaparecidos cuando la otra nieve, la de verdad, dejó de ser agradable para convertirse en pesadilla.

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    8 perplejos apuntes:

    El Ratón Tintero. dijo...

    Te olvidas de otra
    nieve

    “¿Cómo se llama eso que cae así blanquito que parece como nieve?
    ¡LA CASPA!
    Ya no sé lo que hacer yo,
    porque de caspa tengo un montón.
    El otro día me peiné,
    y me puse blanco hasta los piés,
    ¡Lo bonito que queda cuando me peino encima el belén!”

    :-D

    Chelo dijo...

    a mi la nieve que me gusta es la de los cacharos estos tipicamente navideños que los mueves y sacuden la nievecilla esa tan mona ;-)

    Julio dijo...

    Ah, si estás hecho todo un escritor. Si es que cuando te pones, te pones. Me ha gustado esa búsqueda, esta vez con la nieve, y me hizo gracia el comentario anterior sobre la caspa. Lindo texto. Hay que prodigarse más a menudo, para mi gusto. ^_^

    Sergio Reina dijo...

    Veo que te pillo la gran nevada. Es pésimo que sirva de argumento a los políticos, para echarse en cara todo tipo de inconpetencias. Pero en fin, ya ha pasado, aunque una parte aún lo esta sufriendo.

    Saludos

    (!) hombre perplejo dijo...

    Ratona: Pero lo de los Carnavales no fue en febrero !)

    (!) hombre perplejo dijo...

    Chelo: De esos tengo una galería pendiente. A ver si un día la subo !)

    (!) hombre perplejo dijo...

    Julio: Una vez a la semana es cosa sana !)

    (!) hombre perplejo dijo...

    Serreina: Cualquier cosa les da pie a una excusa propia y a una acusación al contrario. Qué país y qué clase (sin clase) política la nuestra !)