Hace unos setenta años, Orson Welles aterrorizó a EE.UU. con la emisión radiofónica de “La Guerra de los Mundos”. Pese a advertir que se trataba de una versión dramatizada de la novela de H.G. Wells, la verosimilitud que imprimió a su audaz experimento de ficción realista provocó el pánico a escala nacional y todo un país llegó a creer que estaba siendo invadido por alienígenas.
Si esto sucedió en el industrializado y moderno siglo XX no acierto a imaginar qué debieron sentir los primeros humanos sobre la Tierra al producirse el primer eclipse.
El Apocalipsis ha inspirado miles de relatos: primero orales, más tarde publicados y después empaquetados como contenido multimedia. La enésima mega-producción catastrofista se titula “2012”, fecha en que, según el calendario maya, la Tierra será destruida. Curioso interés –más allá de la explotación turística– el que despierta ahora una civilización a la que se le presume capaz de predecir el fin de los tiempos y no su propia extinción; pero, bueno, como el asunto es hacer caja (o taquilla), cualquier excusa es buena; y más tratándose de Roland Emmerich (algo así como el Cecil B. DeMille contemporáneo).
El Armagedón tiene tirón; sin duda porque el perfeccionamiento de los efectos digitales favorece visiones apocalípticas con un realismo tan fascinante como aterrador, aunque resulta inquietante que el ejercicio de abordar “los últimos días” se plantee en términos de puro entretenimiento, como una invitación a ver, cual espectadores privilegiados con quienes no va el asunto, la destrucción del Planeta y la aniquilación de la Humanidad.
Las impactantes imágenes promocionales del film muestran ciudades enteras engullidas por la tierra o anegadas por colosales tsunamis. Los comentarios son siempre los mismos: qué pasada de efectos, cómo mola… sin percibir en quienes los profieren un atisbo de compasión por los millones de personas que mueren ante sus ojos. Sí, es una película; pero ocurre lo mismo con las imágenes “reales” en los telediarios.
Este distanciamiento emocional del prójimo, junto a la (auto)negación de nuestro anunciado y trágico final –y no un almanaque ancestral- sí que vaticinan el fin de los tiempos. La pregunta es si el Diluvio nos pillará dentro del arca o “comiendo palomitas”.
© (!)
El arte digital que ilustra este artículo es de Steve McGhee.
Si esto sucedió en el industrializado y moderno siglo XX no acierto a imaginar qué debieron sentir los primeros humanos sobre la Tierra al producirse el primer eclipse.
El Apocalipsis ha inspirado miles de relatos: primero orales, más tarde publicados y después empaquetados como contenido multimedia. La enésima mega-producción catastrofista se titula “2012”, fecha en que, según el calendario maya, la Tierra será destruida. Curioso interés –más allá de la explotación turística– el que despierta ahora una civilización a la que se le presume capaz de predecir el fin de los tiempos y no su propia extinción; pero, bueno, como el asunto es hacer caja (o taquilla), cualquier excusa es buena; y más tratándose de Roland Emmerich (algo así como el Cecil B. DeMille contemporáneo).
El Armagedón tiene tirón; sin duda porque el perfeccionamiento de los efectos digitales favorece visiones apocalípticas con un realismo tan fascinante como aterrador, aunque resulta inquietante que el ejercicio de abordar “los últimos días” se plantee en términos de puro entretenimiento, como una invitación a ver, cual espectadores privilegiados con quienes no va el asunto, la destrucción del Planeta y la aniquilación de la Humanidad.
Las impactantes imágenes promocionales del film muestran ciudades enteras engullidas por la tierra o anegadas por colosales tsunamis. Los comentarios son siempre los mismos: qué pasada de efectos, cómo mola… sin percibir en quienes los profieren un atisbo de compasión por los millones de personas que mueren ante sus ojos. Sí, es una película; pero ocurre lo mismo con las imágenes “reales” en los telediarios.
Este distanciamiento emocional del prójimo, junto a la (auto)negación de nuestro anunciado y trágico final –y no un almanaque ancestral- sí que vaticinan el fin de los tiempos. La pregunta es si el Diluvio nos pillará dentro del arca o “comiendo palomitas”.
© (!)
El arte digital que ilustra este artículo es de Steve McGhee.
4 perplejos apuntes:
El distanciamiento emocional del prójimo es única y exclusivamente responsabilidad del cine porno.
Que seamos capaces de extrapolarlo a otros campos como el cine de acción y logremos sacar algo positivo (como no dormirnos) en una sala de cine es algo muy a tener en cuenta.
Baltar: !)
Mucha razón hay en lo que dices, y pensandolo, resulta triste, el que nos quedemos impavidos ante el espectaculo de los telediarios, como si de una pelicula se tratase.
Saludos
Serreina: La pregunta es si nos quedamos delante de la tele así por infuencia del cine; o es al revés !)
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