Reinaba un bochorno despótico cuando, sin avisar, empezaron a caer del cielo unos goterones inmensos a un ritmo pausado. Más que una precipitación aquello emulaba la maniobra de una legión de paracaidistas de H20. La lluvia caía con campechana cadencia y las sedientas plantas recibían las caricias acuosas como si les hubiese tocado el gordo botánico de Navidad.
¡Agua! ¡Qué hermosa noticia! Y cayendo como debe: sin violencia, sin desproporción, en su medida justa. Más que impactar las gotas se posaban sobre las hojas para refrescarlas mejor y más tiempo, e iban calando en la tierra empapando con primor raíces y semillas. Mi jardín agradeció el obsequio tanto como yo, que me iba ahorrar el tiempo y el dinero del riego aquella noche. Pero la dádiva duró poco, apenas unos minutos. Y el chaparrón se fue como vino: sin ruido ni aviso.
Al poco, el sol se dejó ver y sentir. Dolido en su luminoso orgullo, quiso dejar claro que la exhibición del chubasco no iba a quedar sin réplica y se puso a brillar de lo lindo. Las cristalinas gotas se transformaron sin quererlo en potentes lentes de aumento que intensificaron aún más los vengativos rayos del astro rey. El jardín sufrió mucho y antes de anochecer uno de los arbustos se secó por tan fulminante castigo. Sus hojas fueron abrasadas por la misma agua que había venido a refrescarlo. Para él, la grata nueva derivó en mala hora.
Cuántas veces una buena noticia se vuelve en contra nuestra de repente. Lo que recibimos con esperanza, ilusión o agradecimiento viene a traernos angustia, pesar o derrota: el estreno de un vehículo que acaba en trágico accidente; la herencia largo tiempo esperada que divide a la familia; la nueva adquisición que genera mayores y gravosos gastos; el ascenso en la empresa que acaba apartándonos de los hijos.
Resignados a recibir lo mejor y lo peor, nunca estamos bien preparados para encajar aquellos reveses e infortunios camuflados en una dicha tan cristalina como traicionera. Lo que descubrió demasiado tarde el arbusto es que las buenas y las malas noticias no son tan determinantes en nuestra vida, pero sí la forma en cómo las gestionamos.
¡Agua! ¡Qué hermosa noticia! Y cayendo como debe: sin violencia, sin desproporción, en su medida justa. Más que impactar las gotas se posaban sobre las hojas para refrescarlas mejor y más tiempo, e iban calando en la tierra empapando con primor raíces y semillas. Mi jardín agradeció el obsequio tanto como yo, que me iba ahorrar el tiempo y el dinero del riego aquella noche. Pero la dádiva duró poco, apenas unos minutos. Y el chaparrón se fue como vino: sin ruido ni aviso.
Al poco, el sol se dejó ver y sentir. Dolido en su luminoso orgullo, quiso dejar claro que la exhibición del chubasco no iba a quedar sin réplica y se puso a brillar de lo lindo. Las cristalinas gotas se transformaron sin quererlo en potentes lentes de aumento que intensificaron aún más los vengativos rayos del astro rey. El jardín sufrió mucho y antes de anochecer uno de los arbustos se secó por tan fulminante castigo. Sus hojas fueron abrasadas por la misma agua que había venido a refrescarlo. Para él, la grata nueva derivó en mala hora.
Cuántas veces una buena noticia se vuelve en contra nuestra de repente. Lo que recibimos con esperanza, ilusión o agradecimiento viene a traernos angustia, pesar o derrota: el estreno de un vehículo que acaba en trágico accidente; la herencia largo tiempo esperada que divide a la familia; la nueva adquisición que genera mayores y gravosos gastos; el ascenso en la empresa que acaba apartándonos de los hijos.
Resignados a recibir lo mejor y lo peor, nunca estamos bien preparados para encajar aquellos reveses e infortunios camuflados en una dicha tan cristalina como traicionera. Lo que descubrió demasiado tarde el arbusto es que las buenas y las malas noticias no son tan determinantes en nuestra vida, pero sí la forma en cómo las gestionamos.
ilustraciones de patricio betteo
4 perplejos apuntes:
hola,
que tal,
interes en un intercambio de enlace con mi blog?
saludos desde Santander
mario - blog de estrellas y famosos
Gracias, Mario, por tu propuesta, pero declino el ofrecimiento. Saludos a Santander.
Yo debo ser una optimista patológica. Me pasa justo lo contrario, que cada revés de la fortuna lo justifico con una explicación benévola. Y eso me sirve para tirar para adelante...
Como queda demostrado habitualmente en tu recomendable blog, eres una excelente "gestora", euralia...
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