En la escuela nos preguntábamos cómo se lo hacían los australianos y sus canguros para no caerse si vivían boca abajo. Entonces descubrimos la gravedad y su efecto magnético sobre todo lo terrenal, salvo el IPC y Michael Jordan.
Si envidiamos a los astronautas no es porque pasen meses aislados en el espacio, comiendo papillas liofilizadas y conectados a una sonda para hacer sus necesidades, sino porque han podido experimentar la ingravidez. Los flotariums, las atracciones de supuesta gravedad cero, los aviones que apagan sus motores para caer en picado durante unos segundos, el consumo de estupefacientes… confirman que fantaseamos con ello.
Un mundo ingrávido tendría sus ventajas a la hora de cargar la cesta de la compra, por ejemplo. En el ámbito de la estética, el Wonderbra caería (pero en el olvido) y muchos cirujanos plásticos irían a la bancarrota. Hablando de globos, todos flotarían aunque los infláramos con aire enrarecido de nuestros pulmones. Los aviones gastarían menos combustible… Los infames artefactos de la muerte, como la guillotina o la horca, se hubieran malogrado, así como la silla eléctrica, porque como saben la energía la genera el agua al precipitarse sobre las turbinas. Pero si el agua no cayese tampoco llovería jamás…
En un mundo sin gravedad las digestiones serían larguísimas, con los alimentos dando vueltas en nuestro estómago como en una lavadora. Desaparecían muchos de los deportes de riesgo, como el puenting, el paracidismo o el helicopterruptus de Aguirre-Rajoy. El Coyote y el Correcaminos no tendrían gracia, “Humor amarillo” no se habría inventado, ni tampoco la mayoría de gags del cine cómico: precipitaciones en una alcantarilla abierta, macetazos en la cabeza, roturas de la ramas de árbol que se utilizan como atalaya, caída inoportuna de unos pantalones… Sería la pesadilla de los ludópatas, que nunca verían caer las monedas del premio en las máquinas tragaperras. Lo peor, sin duda: rutinas domésticas como hacer gárgaras, ducharse, beber en porrón o del botijo, lanzar arroz a los novios a la salida de la iglesia, saltar a la comba o tirar a la suegra vestida a la piscina nos serían esquivas. Y por supuesto: adiós a los concursos de lanzamiento de escupitajo o a escribir en la arena miccionando. Con los pies en el suelo… di no a la ingravidez.
Si envidiamos a los astronautas no es porque pasen meses aislados en el espacio, comiendo papillas liofilizadas y conectados a una sonda para hacer sus necesidades, sino porque han podido experimentar la ingravidez. Los flotariums, las atracciones de supuesta gravedad cero, los aviones que apagan sus motores para caer en picado durante unos segundos, el consumo de estupefacientes… confirman que fantaseamos con ello.
Un mundo ingrávido tendría sus ventajas a la hora de cargar la cesta de la compra, por ejemplo. En el ámbito de la estética, el Wonderbra caería (pero en el olvido) y muchos cirujanos plásticos irían a la bancarrota. Hablando de globos, todos flotarían aunque los infláramos con aire enrarecido de nuestros pulmones. Los aviones gastarían menos combustible… Los infames artefactos de la muerte, como la guillotina o la horca, se hubieran malogrado, así como la silla eléctrica, porque como saben la energía la genera el agua al precipitarse sobre las turbinas. Pero si el agua no cayese tampoco llovería jamás…
En un mundo sin gravedad las digestiones serían larguísimas, con los alimentos dando vueltas en nuestro estómago como en una lavadora. Desaparecían muchos de los deportes de riesgo, como el puenting, el paracidismo o el helicopterruptus de Aguirre-Rajoy. El Coyote y el Correcaminos no tendrían gracia, “Humor amarillo” no se habría inventado, ni tampoco la mayoría de gags del cine cómico: precipitaciones en una alcantarilla abierta, macetazos en la cabeza, roturas de la ramas de árbol que se utilizan como atalaya, caída inoportuna de unos pantalones… Sería la pesadilla de los ludópatas, que nunca verían caer las monedas del premio en las máquinas tragaperras. Lo peor, sin duda: rutinas domésticas como hacer gárgaras, ducharse, beber en porrón o del botijo, lanzar arroz a los novios a la salida de la iglesia, saltar a la comba o tirar a la suegra vestida a la piscina nos serían esquivas. Y por supuesto: adiós a los concursos de lanzamiento de escupitajo o a escribir en la arena miccionando. Con los pies en el suelo… di no a la ingravidez.
gravedad cero
flotarium
"ingravidez" (radio)
cine e ingravidez
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