Con los reality shows la nominación ha adquirido una connotación negativa, pero en el ámbito del espectáculo se considera un reconocimiento profesional explícito. Javier Bardem acaba de ser nominado a los Globos de Oro. Esto no significa que vaya a ganar (aunque tiene sus opciones), pero sí incrementa sus posibilidades de ser candidato también a los Oscars. ¡Tela!
Desde que me he enterado estoy feliz y gozoso. Me siento próximo a Javier, identificado con él, casi “partícipe” de este premio. Como los aficionados que ante la victoria de su equipo no dicen “han” ganado sino “hemos” ganado… Pues igual. Y no entiendo por qué. Reconozco su talento pero no soy miembro de su Club de Fans, por lo que la comparativa con los hinchas deportivos no vale.
Aunque una vez estuvimos a punto de trabajar juntos en un proyecto no tengo el placer de conocerle personalmente. Esto descarta que mi euforia tenga algo que ver con un sentimiento de amistad o proximidad con él. Podría pensar que su nominación me ha animado por lo que implica de reconocimiento a todos los que nos dedicamos aquí a este oficio del audiovisual. Engañoso. Bardem aspira a un premio individual, por un personaje en una producción norteamericana.
¿Qué es, entonces, lo que me alegra tanto? ¿Envidia sana? ¿Orgullo de que a un compañero le aprecien tanto en Hollywood? ¿Y por qué no siento lo mismo con otros compañeros no menos queridos allí?
El modo en que Bardem aborda sus interpretaciones es intenso, profundo y comprometido. Yo admiro la excelencia y él la cultiva. Pero otros actores igual de excelsos no me transmiten la misma empatía entusiasta. Es innegable que se ha creado una conexión intangible entre nosotros, algo que me identifica con Javier y que produce en mí un indisimulado bienestar.
Descartado todo lo demás sólo encuentro una cosa que nos liga: Mira que si este orgullo que siento, esta alegría que me asalta tiene algo que ver con que hayamos nacido en el mismo país… Significaría que un actor produce en mí sentimientos patrióticos que no han conseguido ni políticos, ni cartas magnas ni banderas. ¿Demasiado surrealista?
Desde que me he enterado estoy feliz y gozoso. Me siento próximo a Javier, identificado con él, casi “partícipe” de este premio. Como los aficionados que ante la victoria de su equipo no dicen “han” ganado sino “hemos” ganado… Pues igual. Y no entiendo por qué. Reconozco su talento pero no soy miembro de su Club de Fans, por lo que la comparativa con los hinchas deportivos no vale.
Aunque una vez estuvimos a punto de trabajar juntos en un proyecto no tengo el placer de conocerle personalmente. Esto descarta que mi euforia tenga algo que ver con un sentimiento de amistad o proximidad con él. Podría pensar que su nominación me ha animado por lo que implica de reconocimiento a todos los que nos dedicamos aquí a este oficio del audiovisual. Engañoso. Bardem aspira a un premio individual, por un personaje en una producción norteamericana.
¿Qué es, entonces, lo que me alegra tanto? ¿Envidia sana? ¿Orgullo de que a un compañero le aprecien tanto en Hollywood? ¿Y por qué no siento lo mismo con otros compañeros no menos queridos allí?
El modo en que Bardem aborda sus interpretaciones es intenso, profundo y comprometido. Yo admiro la excelencia y él la cultiva. Pero otros actores igual de excelsos no me transmiten la misma empatía entusiasta. Es innegable que se ha creado una conexión intangible entre nosotros, algo que me identifica con Javier y que produce en mí un indisimulado bienestar.
Descartado todo lo demás sólo encuentro una cosa que nos liga: Mira que si este orgullo que siento, esta alegría que me asalta tiene algo que ver con que hayamos nacido en el mismo país… Significaría que un actor produce en mí sentimientos patrióticos que no han conseguido ni políticos, ni cartas magnas ni banderas. ¿Demasiado surrealista?
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