Esta sociedad de consumo pestilente, en el amplio sentido de la palabra, lleva machacando demasiado tiempo nuestro epitelio olfativo con sus efluvios de químicos malolientes disueltos en el aire. La fetidez, antaño reservada a las cloacas y los vertederos, se adueña de los mares, los ríos, las ciudades y, naturalmente, algunos programas de televisión (pero ese es otro tema). Con el tiempo, nuestra nariz reducirá su capacidad de discriminar entre más de 10.000 olores diferentes y todos acabaremos padeciendo anosmia.
Sin embargo, no todo huele a chamusquina y aún quedan reductos donde la contaminación odorífica ha sido repelida por la fragancia de los aromas. Por ejemplo cerca de donde vivo. Se me antoja chocante que este olor agradable proceda de una fábrica, pero el humo que produce (etimológicamente per-fumare), libera a la atmósfera un continuo y delicioso flujo de partículas aromáticas.
Ocurre siempre. Sea de día o de noche, cuando pasó por la C-17 a la altura de Mollet, me embriaga ese olor… un placentero aroma a café recién molido. La factoría, de cuyo nombre no debo acordarme, linda con la carretera y, por esa razón, aun con las ventanas cerradas, la fragancia perdura unos cientos de metros. Allí uno sabe donde está no por lo que ve, ni por lo que marca el punto kilométrico, sino por la bienoliente experiencia que te envuelve al inspirar. Y no me extraña, pues se cuentan al menos 800 compuestos químicos en el café. Una sensación extraordinaria, estimulante, cautivadora.
Estudios recientes confirman que los olores que percibimos tienen un impacto significativo sobre nuestro estado anímico. Ciertos aromas calman la sensación claustrofóbica, otros pueden mejorar la productividad en el trabajo… Ignoro si la DGT considera la posibilidad de invertir en estudios de aromaterapia. Quizás instalando liberadores odoríferos en vez de radares en ciertos puntos negros conseguirían una conducción más afable. ¿Se lo habrán planteado? Me da en la nariz que no.
Sin embargo, no todo huele a chamusquina y aún quedan reductos donde la contaminación odorífica ha sido repelida por la fragancia de los aromas. Por ejemplo cerca de donde vivo. Se me antoja chocante que este olor agradable proceda de una fábrica, pero el humo que produce (etimológicamente per-fumare), libera a la atmósfera un continuo y delicioso flujo de partículas aromáticas.
Ocurre siempre. Sea de día o de noche, cuando pasó por la C-17 a la altura de Mollet, me embriaga ese olor… un placentero aroma a café recién molido. La factoría, de cuyo nombre no debo acordarme, linda con la carretera y, por esa razón, aun con las ventanas cerradas, la fragancia perdura unos cientos de metros. Allí uno sabe donde está no por lo que ve, ni por lo que marca el punto kilométrico, sino por la bienoliente experiencia que te envuelve al inspirar. Y no me extraña, pues se cuentan al menos 800 compuestos químicos en el café. Una sensación extraordinaria, estimulante, cautivadora.
Estudios recientes confirman que los olores que percibimos tienen un impacto significativo sobre nuestro estado anímico. Ciertos aromas calman la sensación claustrofóbica, otros pueden mejorar la productividad en el trabajo… Ignoro si la DGT considera la posibilidad de invertir en estudios de aromaterapia. Quizás instalando liberadores odoríferos en vez de radares en ciertos puntos negros conseguirían una conducción más afable. ¿Se lo habrán planteado? Me da en la nariz que no.
El café de Jimmy
Jules (Samuel L. Jackson), Vincent (John Travolta) y Jimmy (Quentin Tarantino)
Jules (Samuel L. Jackson), Vincent (John Travolta) y Jimmy (Quentin Tarantino)
— ¡Joder, Jimmy! Este café es una pasada, tío. Vincent y yo nos habríamos conformado con cualquier café instantáneo... Y va y nos saca este líquido de "gourmet" sin dudarlo. ¿Qué aroma es este?(!)
— Déjalo ya, Jules.
— ¿El qué?
— No necesito que me digas lo bueno o malo que está el jodido café. Lo compro yo. Ya sé que está delicioso. Si Bonnie va a la compra, compra caca. Yo compro este café para que al beberlo sepa a algo…
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