Alonso no ha ganado el Mundial de F-1. Parece lo contrario. En España se ha vivido el chasco con júbilo y algarabía; y ha corrido tanto cava como si el asturiano hubiese reeditado su cetro de campeón del mundo.
El Barça que aspiraba a siete títulos la temporada pasada dejó su casillero a cero. Calamidad del que hasta se congratularon muchos culés, porque los jugadores se habían envanecido y una cura de humildad como ésta garantizaba que se pondrían las pilas al año siguiente (!).
¿Caos en Cercanías? Calma, piden los responsables, porque los beneficios posteriores (¿como los que prometía a España el Bush Brother por haber apoyado Aznar la invasión de Irak?) compensarán el desaguisado.
La próxima primavera hay Elecciones Generales. ¿Quién las ganará? La respuesta es simple y poco aventurada: todos. En este país nadie pierde y las derrotas se celebran como éxitos. Ahí estamos los catalanes y nuestra Diada, conmemorando una capitulación histórica.
Políticos que meten la pata son ratificados en el puesto aunque presenten su dimisión. Deportistas que se saltan el código interno vuelven a la convocatoria sin amonestación alguna. Periodistas condenados por invenciones dignas del Barón Münchausen regresan como contertulios de lujo y se les aclama. Cineastas que estrenan películas que nadie va a ver siguen recibiendo ayudas institucionales para sus nuevos proyectos. Programas de televisión con escasa audiencia son retirados de la programación “para reestructurar sus contenidos”… Pero ¿admitir un fiasco? ¡Ni hablar!
Las obras continúan según lo previsto; son los usuarios los que tienen poca paciencia. No hay trazados de carreteras nefastos, ni pésimos servicios de mantenimiento: es la gente que conduce temerariamente. Los matrimonios no se malogran: los cónyuges descubren nuevos horizontes y se divorcian para abordarlos. La Selección no naufraga en el enésimo Mundial; sólo se queda en cuartos.
Habremos de pensar que el concepto “fracaso” no ha lugar en un país abonado al éxito permanente como el nuestro, donde la gente siempre gana: ya sean millones a la Lotería, ya concursos televisivos de enorme prestigio, ya poder adquisitivo, ya sobrepeso... Aquí ni siquiera se mide el éxito por el fracaso de los demás (como proponía Ivan Illich). Aquí se mide el éxito por el éxito de los demás. Si los otros ganan, ¿por qué íbamos a ser menos nosotros?
El Barça que aspiraba a siete títulos la temporada pasada dejó su casillero a cero. Calamidad del que hasta se congratularon muchos culés, porque los jugadores se habían envanecido y una cura de humildad como ésta garantizaba que se pondrían las pilas al año siguiente (!).
¿Caos en Cercanías? Calma, piden los responsables, porque los beneficios posteriores (¿como los que prometía a España el Bush Brother por haber apoyado Aznar la invasión de Irak?) compensarán el desaguisado.
La próxima primavera hay Elecciones Generales. ¿Quién las ganará? La respuesta es simple y poco aventurada: todos. En este país nadie pierde y las derrotas se celebran como éxitos. Ahí estamos los catalanes y nuestra Diada, conmemorando una capitulación histórica.
Políticos que meten la pata son ratificados en el puesto aunque presenten su dimisión. Deportistas que se saltan el código interno vuelven a la convocatoria sin amonestación alguna. Periodistas condenados por invenciones dignas del Barón Münchausen regresan como contertulios de lujo y se les aclama. Cineastas que estrenan películas que nadie va a ver siguen recibiendo ayudas institucionales para sus nuevos proyectos. Programas de televisión con escasa audiencia son retirados de la programación “para reestructurar sus contenidos”… Pero ¿admitir un fiasco? ¡Ni hablar!
Las obras continúan según lo previsto; son los usuarios los que tienen poca paciencia. No hay trazados de carreteras nefastos, ni pésimos servicios de mantenimiento: es la gente que conduce temerariamente. Los matrimonios no se malogran: los cónyuges descubren nuevos horizontes y se divorcian para abordarlos. La Selección no naufraga en el enésimo Mundial; sólo se queda en cuartos.
Habremos de pensar que el concepto “fracaso” no ha lugar en un país abonado al éxito permanente como el nuestro, donde la gente siempre gana: ya sean millones a la Lotería, ya concursos televisivos de enorme prestigio, ya poder adquisitivo, ya sobrepeso... Aquí ni siquiera se mide el éxito por el fracaso de los demás (como proponía Ivan Illich). Aquí se mide el éxito por el éxito de los demás. Si los otros ganan, ¿por qué íbamos a ser menos nosotros?
0 perplejos apuntes:
Publicar un comentario