Take away this mirror! (¡Aparta ese espejo!), by Dominik Kuklinski
Dedicado a mi gran amiga Sareta Grau en el día de su "n" cumpleaños,
Además de los locos y los niños hay otro “personaje” que siempre dice la verdad: el espejo. Y según el vínculo que con él establecen, las personas se dividen entre los que por las mañanas se escrutan a conciencia, intentando descubrir qué ha cambiado en su aspecto en las últimas horas, y los que se reflejan en él de forma rutinaria, mientras se acicalan, afeitan o cepillan los dientes. Estos últimos, un día se miran de verdad y descubren que han envejecido; pésima noticia de la que no ha de responsabilizarse al mensajero, en este caso el espejo, porque aunque evitásemos reflejarnos en él, siempre quedarían los rostros de los demás para recordarnos que el tiempo pasa, y que lo hace cada vez más deprisa.
Los deportistas que no hace mucho nos deleitaban con sus proezas son hoy comentaristas deportivos de cabello cano o empresarios de prominente barriga e imparable alopecia. Ocurre lo mismo con las estrellas del celuloide: el jovencito apuesto es ahora un curtido actor, y la sex symbol de nuestra adolescencia sigue estupenda a los sesenta con o sin ayuda del botox y la cirugía reconstructiva. Les vemos pasar ante nosotros como si su reloj biológico fuese a otro ritmo, pero, seamos o no conscientes, también nosotros hemos acumulado una pila de años.
No hay que tomárselo a la tremenda porque, como decía el maestro Noel Clarasó: hay una edad peor que la que se tiene… la que se tendrá mañana. Así que más vale tomar medidas para menguar su pertinaz efecto. Los laboratorios dermoestéticos sustentan en ello su volumen de negocio, pero existe algo mejor que la baba de caracol para regenerarse. El ser humano dispone de la herramienta mágica que contrarresta aquello que le hace perder el pelo, los dientes y los ideales: la capacidad de (re)ilusionarse. Es lo que han hecho los abuelos –algunos de ellos centenarios- de una residencia británica al grabar un single versionando el tema “My Generation” que lanzaron The Who hace cuarenta años.
Los deportistas que no hace mucho nos deleitaban con sus proezas son hoy comentaristas deportivos de cabello cano o empresarios de prominente barriga e imparable alopecia. Ocurre lo mismo con las estrellas del celuloide: el jovencito apuesto es ahora un curtido actor, y la sex symbol de nuestra adolescencia sigue estupenda a los sesenta con o sin ayuda del botox y la cirugía reconstructiva. Les vemos pasar ante nosotros como si su reloj biológico fuese a otro ritmo, pero, seamos o no conscientes, también nosotros hemos acumulado una pila de años.
No hay que tomárselo a la tremenda porque, como decía el maestro Noel Clarasó: hay una edad peor que la que se tiene… la que se tendrá mañana. Así que más vale tomar medidas para menguar su pertinaz efecto. Los laboratorios dermoestéticos sustentan en ello su volumen de negocio, pero existe algo mejor que la baba de caracol para regenerarse. El ser humano dispone de la herramienta mágica que contrarresta aquello que le hace perder el pelo, los dientes y los ideales: la capacidad de (re)ilusionarse. Es lo que han hecho los abuelos –algunos de ellos centenarios- de una residencia británica al grabar un single versionando el tema “My Generation” que lanzaron The Who hace cuarenta años.
Con su osadía reivindicativa han conseguido entrar en el Top de éxitos del momento, cantando a todo pulmón aquello de “prefiero morir antes que envejecer”. Tome nota y, tan pronto como se sienta viejo para hacer una cosa, ¡hágala!
Dedicado a mi gran amiga Sareta Grau en el día de su "n" cumpleaños,
y a sus yayos de la residencia “L’Estrela” de Xàtiva
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