2008 está resultando un poco más triste que los demás por la cantidad de gente de cine a la que estamos despidiendo. Tal vez la cifra es similar a la de siempre; pero por alguna razón –de la que escribo en otro sitio- las pérdidas de este año son más sentidas. Esta vez, después de 92 años lidiando con la vida, le tocó el turno al inefable Van Johnson. Y en su caso, al contrario de los otros que nos dijeron adiós los últimos meses, sí puedo contar una historia personal:
Corría el año 1982 y yo era un tímido adolescente que había conseguido mi primer pase de prensa para un festival de cine. Me estrené nada menos que con el de San Sebastián, para el que por entonces servía de marco el maravilloso Teatro María Cristina. Debía ser el primer o segundo día de frenética actividad cinéfila y me había propuesto el ingenuo objetivo de ver cinco o seis películas diarias. Después del tercer pasé me dolía la cabeza de leer subtítulos (en mi pueblo siempre “echaban” las películas dobladas) y se me ocurrió acercarme al hotel de al lado del teatro para probar algo distinto: una conferencia de prensa (también mi debut en aquellas lides).
El personaje invitado era Van Johnson. Yo le había visto recientemente en un pase televisivo de “Brigadoon”, y como los films sobre shangry-las son mi debilidad tenerle cerca me fascinaba.
Perplejo al comprobar que me dejaban pasar allá donde quisiera con sólo mostrar la credencial, subí por las escaleras sin atender demasiado a las indicaciones que me dieron en la puerta. Dos minutos más tarde deambulaba por los pasillos de la planta más perdido que un pulpo en un garaje y correteando con la mochila cargada de pressbooks porque llegaba tarde. Sólo me faltaba un triciclo para que me confundieran con el niño de “El resplandor”.
Unos metros más adelante vi la luz; pero no como James Belushi en “Granujas a todo ritmo” sino porque había una puerta abierta y todo indicaba que mi periplo laberíntico llegaba a su fin. Sin pensarlo dos veces entré en lo que resultó ser la suite de Van Johnson. El hombre estaba ajustándose unos gemelos frente al espejo y se giró hacia mí de inmediato. Yo no sé cómo hubieran reaccionado las estrellas del Hollywood actual a aquella invasión de la intimidad (para empezar dudo que algún guardaespaldas me hubiera dejado siquiera acercarme a la puerta), pero este galán de los años 40 y 50 sonrió de oreja a oreja y me dijo "¡Buenas tardes!" en un esforzado español con acento de yanqui de Newport (esto lo sé ahora porque lo he leído en la wikipedia).
Creo que pedí disculpas (en un español cerrado y colando algún “sorry” por medio), pero no podía moverme. Van se puso la chaqueta y se acercó a mí. Identificó mi credencial de prensa y me dijo algo en inglés sin dejar de sonreír. Supongo que creyó que yo estaba allí para llevarle a la conferencia, así que puso su mano en mi hombro y emprendimos la marcha. Yo me dejé llevar; literalmente, porque aquel mito de la pantalla marcaba el ritmo y yo no me atrevía ni a decir "este hombro es mío". Entonces llegó alguien de la organización del Festival que venía a buscarle. Tras mirarme con cara de extrañeza le indicó al Sr. Johnson que le acompañara y me dejaron en el pasillo con cara de pringado. De pronto Van Johnson se giró, volvió a sonreírme y me dijo: “Come on! ¡Vamos, amigo!”. Yo miré a la chica del Festival como pidiendo permiso y me acerqué a ellos. Entonces ocurrió lo mejor de todo: Van puso su brazo alrededor de mi cuello y se dirigió directamente hacia la sala de prensa llevándome con él.
Cuando se abrieron aquellas puertas se dispararon los flahses. Como en las películas, pero un poco más casero. Yo no pude contemplar la escena como había previsto, pero sí ví las caras de aquellos periodistas. Todos se hacían la misma pregunta: ¿Quién es este chaval que entra abrazado por Van Johnson?
Indicaron al actor cuál era su sitio y comenzó la rueda de prensa, durante la cual percibí algunas miradas más de escrutinio hacia mi persona. En aquel entonces no sospeché nada; ahora se me vienen a la cabeza algunas de las cosas que quizá pasaron por las suyas...
En cualquier caso, cuando aquello terminó, Van se levantó, saludó a la concurrencia y me envió otra de sus sonrisas añadiendo: “¡Hasta luego, amigo!”. Nunca más volvimos a vernos, ni nos hemos enviado mails ni esas cosas en todos estos años; pero guardo junto a aquella credencial uno de esos recuerdos que perduran aunque él ya se haya marchado, esta vez definitivamente, a “Brigadoon”.
Corría el año 1982 y yo era un tímido adolescente que había conseguido mi primer pase de prensa para un festival de cine. Me estrené nada menos que con el de San Sebastián, para el que por entonces servía de marco el maravilloso Teatro María Cristina. Debía ser el primer o segundo día de frenética actividad cinéfila y me había propuesto el ingenuo objetivo de ver cinco o seis películas diarias. Después del tercer pasé me dolía la cabeza de leer subtítulos (en mi pueblo siempre “echaban” las películas dobladas) y se me ocurrió acercarme al hotel de al lado del teatro para probar algo distinto: una conferencia de prensa (también mi debut en aquellas lides).
El personaje invitado era Van Johnson. Yo le había visto recientemente en un pase televisivo de “Brigadoon”, y como los films sobre shangry-las son mi debilidad tenerle cerca me fascinaba.
Perplejo al comprobar que me dejaban pasar allá donde quisiera con sólo mostrar la credencial, subí por las escaleras sin atender demasiado a las indicaciones que me dieron en la puerta. Dos minutos más tarde deambulaba por los pasillos de la planta más perdido que un pulpo en un garaje y correteando con la mochila cargada de pressbooks porque llegaba tarde. Sólo me faltaba un triciclo para que me confundieran con el niño de “El resplandor”.
Unos metros más adelante vi la luz; pero no como James Belushi en “Granujas a todo ritmo” sino porque había una puerta abierta y todo indicaba que mi periplo laberíntico llegaba a su fin. Sin pensarlo dos veces entré en lo que resultó ser la suite de Van Johnson. El hombre estaba ajustándose unos gemelos frente al espejo y se giró hacia mí de inmediato. Yo no sé cómo hubieran reaccionado las estrellas del Hollywood actual a aquella invasión de la intimidad (para empezar dudo que algún guardaespaldas me hubiera dejado siquiera acercarme a la puerta), pero este galán de los años 40 y 50 sonrió de oreja a oreja y me dijo "¡Buenas tardes!" en un esforzado español con acento de yanqui de Newport (esto lo sé ahora porque lo he leído en la wikipedia).
Creo que pedí disculpas (en un español cerrado y colando algún “sorry” por medio), pero no podía moverme. Van se puso la chaqueta y se acercó a mí. Identificó mi credencial de prensa y me dijo algo en inglés sin dejar de sonreír. Supongo que creyó que yo estaba allí para llevarle a la conferencia, así que puso su mano en mi hombro y emprendimos la marcha. Yo me dejé llevar; literalmente, porque aquel mito de la pantalla marcaba el ritmo y yo no me atrevía ni a decir "este hombro es mío". Entonces llegó alguien de la organización del Festival que venía a buscarle. Tras mirarme con cara de extrañeza le indicó al Sr. Johnson que le acompañara y me dejaron en el pasillo con cara de pringado. De pronto Van Johnson se giró, volvió a sonreírme y me dijo: “Come on! ¡Vamos, amigo!”. Yo miré a la chica del Festival como pidiendo permiso y me acerqué a ellos. Entonces ocurrió lo mejor de todo: Van puso su brazo alrededor de mi cuello y se dirigió directamente hacia la sala de prensa llevándome con él.
Cuando se abrieron aquellas puertas se dispararon los flahses. Como en las películas, pero un poco más casero. Yo no pude contemplar la escena como había previsto, pero sí ví las caras de aquellos periodistas. Todos se hacían la misma pregunta: ¿Quién es este chaval que entra abrazado por Van Johnson?
Indicaron al actor cuál era su sitio y comenzó la rueda de prensa, durante la cual percibí algunas miradas más de escrutinio hacia mi persona. En aquel entonces no sospeché nada; ahora se me vienen a la cabeza algunas de las cosas que quizá pasaron por las suyas...
En cualquier caso, cuando aquello terminó, Van se levantó, saludó a la concurrencia y me envió otra de sus sonrisas añadiendo: “¡Hasta luego, amigo!”. Nunca más volvimos a vernos, ni nos hemos enviado mails ni esas cosas en todos estos años; pero guardo junto a aquella credencial uno de esos recuerdos que perduran aunque él ya se haya marchado, esta vez definitivamente, a “Brigadoon”.
12 perplejos apuntes:
Entrañable historia personal la que nos traes hoy, por tu tierna juventud, y por la especial personalidad de estos mitos en galopante extinción.
Me interesaría saber qué ha sido de Doris Day, también por motivos personales.
Chapeau! Eso sí que es una Remembranza, con mayúsculas. Y muy emotiva, al tiempo. El talante humano de ciertas estrellas se apaga con ellas, me temo.
Un saludo cinéfilo.
Ratona: La que fue novia de América y pareja en la pantalla de Rod Hudson en una divertida serie de comedias, tiene hoy 84 años y se retiró del cine tras morir su último marido a finales de los 60. También ha sobrevivido a su hijo Terry y vive volcada en la defensa de los animales. Puedes darte un paseo por aquí, y por aquí para tu deleite. A partir de esto... ¿que será, será?
G.K.Dexter: ¡Bienvenido! Has dado en el clavo. Y no puedo esconder la emoción que siento al haberle podido tener tan cerca para comprobarlo. De ahí, supongo, lo sentida que me salió la remembranza. Saludos cinéfilos también !)
Gracias (!)!!!
Qué coqueta, ninguna foto actual :-) era de esperar...
Me gastaron una broma con ella en Monterrey, California :-D
Pues ya nos contarás... Quizá buscas esto... o esto otro... pero mejor quedarnos con todo lo demás, ¿no? !(
Preciosa la anécdota.
Es curioso cómo un actor puede tener la posibilidad de dejar recuerdos de ese calibre en la gente, verdad? Me puedo imaginar que aquello te empujó un poquito más a seguir el camino del cine.
Saludos
el abuelo!? el abuelo de Perplejo o qué? jeje
Extraño: Si mi infancia y adolescencia de salas de barrio y sesiones dobles provocaron mi amor por el cine, aquel fascinante año en Donostia marcó mi pasión por este oficio. Saludos !)
Se me ha colao un hacker o como se llame...
¡Emocionante!
Soldado: Lo fue.
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