
En la universidad, su profesor de filosofía le propuso hacer una “lista de deseos”, una relación de objetivos que alcanzar, de sueños que materializar, de promesas que cumplir. Ha pasado medio siglo y Carter (Morgan Freeman), que no acabó la carrera y tuvo que meterse a mecánico para sacar adelante a la familia, yace ahora en la habitación de un hospital, sometido a un tratamiento experimental contra el cáncer. En la cama de al lado, muy a su pesar, se retuerce de dolor un millonario arisco y sesentón (Jack Nicholson), aquejado de la misma enfermedad, que no hace distinciones ni elige a sus victimas por el saldo de su cuenta corriente. Llegan entonces las peores noticias: a los dos les queda menos de un año de vida.
Tras discutirlo, Edward convence a Carter de reelaborar aquella lista de deseos y dedicar el (limitado) resto de sus vidas a darle cumplimiento.
Para el mecánico es la oportunidad de colorear su gris biografía, de alcanzar aquello que siempre quiso: conducir un automóvil clásico, probar el caviar y, por encima de todo, subir al Himalaya. Edward lo ha tenido todo en la vida (o al menos el dinero para pagarlo), así que para él se trata de desafiar a la muerte con arrogancia, como vendetta por arrebatarle la vida. Divertirse hasta morir.
El film presenta un amplio muestrario de turismo al límite: caída libre, carreras de coches, safaris, viajes exóticos, puestas de sol en la cúspide de las pirámides… Pero aunque todas estas cosas están en su lista, no son las que ambos necesitan para sentir que su vida ha valido la pena.

Entonces cobran fuerza otros asuntos pendientes, como “Reír hasta que se te salten las lágrimas”, “Ayudar a un extraño porque sí”, “Contemplar algo majestuoso” o “Besar a la chica más guapa de mundo”. Aunque ya cuando fueron apuntadas desentonaban con el tono lúdico y espatarrante que Edward confirió a la lista, el guión es capaz de darles la vuelta y mostrarnos el secreto de una vida feliz: una existencia fundamentada en el amor y la amistad, que se nutre de la emoción que puede compartirse, de los éxitos cotidianos y de la necesidad de sentirse querido por quienes nos aceptan, aunque conocernos y amarnos no estuviese en su propia lista de deseos.

Para el mecánico es la oportunidad de colorear su gris biografía, de alcanzar aquello que siempre quiso: conducir un automóvil clásico, probar el caviar y, por encima de todo, subir al Himalaya. Edward lo ha tenido todo en la vida (o al menos el dinero para pagarlo), así que para él se trata de desafiar a la muerte con arrogancia, como vendetta por arrebatarle la vida. Divertirse hasta morir.
El film presenta un amplio muestrario de turismo al límite: caída libre, carreras de coches, safaris, viajes exóticos, puestas de sol en la cúspide de las pirámides… Pero aunque todas estas cosas están en su lista, no son las que ambos necesitan para sentir que su vida ha valido la pena.

Edward vivió pensando sólo en sí mismo y Carter lo hizo pensando sólo en los demás. Ahora que se les acaba el tiempo ambos sienten que han fracasado.
Entonces cobran fuerza otros asuntos pendientes, como “Reír hasta que se te salten las lágrimas”, “Ayudar a un extraño porque sí”, “Contemplar algo majestuoso” o “Besar a la chica más guapa de mundo”. Aunque ya cuando fueron apuntadas desentonaban con el tono lúdico y espatarrante que Edward confirió a la lista, el guión es capaz de darles la vuelta y mostrarnos el secreto de una vida feliz: una existencia fundamentada en el amor y la amistad, que se nutre de la emoción que puede compartirse, de los éxitos cotidianos y de la necesidad de sentirse querido por quienes nos aceptan, aunque conocernos y amarnos no estuviese en su propia lista de deseos.

"Ahora o nunca" (The Bucklet List, 2007)
Dirigida por: Rob Reiner
Guión de: Justin Zackham
Con: Jack Nicholson (Edward Cole) y Morgan Freeman (Carter Chambers)

Edición en dvd

