El año toca a su fin y el puñetero nos deja una herencia lamentable: ETA sigue matando, la crisis empeora y da la sensación de que aquí todo quisqui encuentra el motivo para sentirse orgulloso de algo menos de que va a tener un hijo. Pero, más de por lo que nos deja, le guardo cierto rencor por lo que se lleva con él. Entre otros a Joan Baptista, Michael, Pedro, Sydney, Cyd, Charlton, Heath, Roy, Paul, Irena, Van, Rafael, Robert…
Se dice que las grandes estrellas del espectáculo son mitos intangibles, pero no es cierto. Hace unos días escribí un emocionado homenaje a una de esas estrellas que tuve el privilegio de conocer: Van Johnson. Puede que su leyenda cinematográfica fuese abrumadora e intimidante, pero él era un tipo campechano, de carne y hueso, cuyo encanto y simpatía me hicieron sentir por unos minutos alguien más feliz. Se dice rápido, pero se paladea durante el resto de la vida.
Y de esto precisamente se trata.
Yo creo que las desapariciones del 2008, al menos para mi generación (aunque puede que sólo sea una impresión personal), son una pérdida profunda y seguramente irreparable. Humet, Charisse, Newman, Azcona, Masó… nos ayudaron –al menos a mí- a construir nuestra biografía. No se entiende la persona que soy, ni tampoco la que aspiro a ser, si elimino sus influjos en mi carácter, en la articulación de mis sueños, en las lágrimas que vertí y las risas que disfruté y contagié.
Joan Baptista Humet me enseñó a componer: a no despreciar el lenguaje, a indagar en los subtextos y las metáforas, a echar mano del diccionario más que a la memoria para encontrar sentidos a las palabras que describen las emociones. También a valorar la rima y, sobre todo, a no aspirar con tu talento a la fama sino a ser útil a los demás.
De Rafael Azcona no aprendí a escribir guiones -¡fíjate tú!- sino a asumir el discreto papel del guionista en el proceso colectivo de construir una película; sin inmodestia, pero con autoestima.
Con las pelis y series de televisión de Pedro Masó me formé en la identificación de los argumentos ocurrentes y los buenos diálogos; aquellos que él y sus amigos, como Ana Diosdado, escribían en un tiempo en que la ficción televisiva tenía el rigor y la calidad que ahora escasea. Imagino que muchos de los jóvenes escritores aspirantes a guionistas que hoy redactan más que escriben las historias con que se nutre la ficción nacional no tienen ni idea de quienes estoy hablando. Y así les/nos va.
En cuanto a Cyd abrió mi imaginación a lo que va más allá de la vista y de sus larguísimas piernas.
Paul despertó en mí -aunque a algunos les suene a chiste- la esperanza de encontrar una mujer maravillosa con la que compartir el resto de mi vida, para perplejidad de quienes hacen y deshacen con la misma facilidad con la que Eddie Felson metía bolas en las troneras.
Y Heath es uno de los tipos más honestos que he visto en pantalla: noble, esforzado, sin dobleces. Sus papeles en Destino de Caballero, 10 razones para odiarte e incluso El caballero oscuro ratifican lo que digo. Además era guapísimo. ¿Quién no querría ser como él?
A todos les digo adiós porque se han ido y porque esta verdad, como canta Serrat, no tiene remedio. En cuanto a que nunca es triste, de momento, pongámoslo entre comillas.
Se dice que las grandes estrellas del espectáculo son mitos intangibles, pero no es cierto. Hace unos días escribí un emocionado homenaje a una de esas estrellas que tuve el privilegio de conocer: Van Johnson. Puede que su leyenda cinematográfica fuese abrumadora e intimidante, pero él era un tipo campechano, de carne y hueso, cuyo encanto y simpatía me hicieron sentir por unos minutos alguien más feliz. Se dice rápido, pero se paladea durante el resto de la vida.
Y de esto precisamente se trata.
Yo creo que las desapariciones del 2008, al menos para mi generación (aunque puede que sólo sea una impresión personal), son una pérdida profunda y seguramente irreparable. Humet, Charisse, Newman, Azcona, Masó… nos ayudaron –al menos a mí- a construir nuestra biografía. No se entiende la persona que soy, ni tampoco la que aspiro a ser, si elimino sus influjos en mi carácter, en la articulación de mis sueños, en las lágrimas que vertí y las risas que disfruté y contagié.
Joan Baptista Humet me enseñó a componer: a no despreciar el lenguaje, a indagar en los subtextos y las metáforas, a echar mano del diccionario más que a la memoria para encontrar sentidos a las palabras que describen las emociones. También a valorar la rima y, sobre todo, a no aspirar con tu talento a la fama sino a ser útil a los demás.
De Rafael Azcona no aprendí a escribir guiones -¡fíjate tú!- sino a asumir el discreto papel del guionista en el proceso colectivo de construir una película; sin inmodestia, pero con autoestima.
Con las pelis y series de televisión de Pedro Masó me formé en la identificación de los argumentos ocurrentes y los buenos diálogos; aquellos que él y sus amigos, como Ana Diosdado, escribían en un tiempo en que la ficción televisiva tenía el rigor y la calidad que ahora escasea. Imagino que muchos de los jóvenes escritores aspirantes a guionistas que hoy redactan más que escriben las historias con que se nutre la ficción nacional no tienen ni idea de quienes estoy hablando. Y así les/nos va.
En cuanto a Cyd abrió mi imaginación a lo que va más allá de la vista y de sus larguísimas piernas.
Paul despertó en mí -aunque a algunos les suene a chiste- la esperanza de encontrar una mujer maravillosa con la que compartir el resto de mi vida, para perplejidad de quienes hacen y deshacen con la misma facilidad con la que Eddie Felson metía bolas en las troneras.
Y Heath es uno de los tipos más honestos que he visto en pantalla: noble, esforzado, sin dobleces. Sus papeles en Destino de Caballero, 10 razones para odiarte e incluso El caballero oscuro ratifican lo que digo. Además era guapísimo. ¿Quién no querría ser como él?
A todos les digo adiós porque se han ido y porque esta verdad, como canta Serrat, no tiene remedio. En cuanto a que nunca es triste, de momento, pongámoslo entre comillas.
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